3/2/11

Revolución por la Libertad Egipcia I

Y esta noche otra vez se han oído disparos.

Es extraño cómo se acostumbra uno a las rutinas improvisadas del caos. Desde hace unos días las noches en el centro de Alejandría son de todo menos seguras. Si bien los tanques campan a sus anchas por la ciudad, también lo hacen algunas bandas de jóvenes saqueadores con armas de fuego y hasta alfanjes árabes. Los he visto yendo en rancheras y en motos por las calles principales de la ciudad y la verdad es que dan miedo. Las comunidades de vecinos se han organizado en improvisadas milicias y montan guardias para -con palos de escoba, de golf y cuchillos de cocina- defender sus propiedades y a sus familiares.

Aunque la ciudad se ha levantado más tranquila, anoche las manifestaciones a las que ya estamos acostumbrados desde hace poco más de una semana, dieron paso a la violencia entre los partidarios del régimen de Mubarak y los que defienden la democracia y que han estado en las calles todos estos últimos días. Las luchas y peleas entre ellos se sucedieron ante la pasividad del ejército, quién debía tener órdenes de no intervenir. En El Cairo, en algún momento de la madrugada, los pro-Mubarak -así se les ha comenzado a llamar- abrieron fuego contra el resto de manifestantes causando la muerte a varias personas. Desde luego, cada día que me levanto, Egipto es un país completamente distinto al del que había visto la noche anterior.

Todos estos sucesos comenzaron el día 25 de enero cuando se convocó una manifestación en contra del régimen de Mubarak. Un día que, sin duda, ya ha cambiado la historia de Egipto sumiéndolo en un periodo de inestabilidad e incertidumbre que esperemos lleve al puerto de la libertad y pronto. Alguno de mis alumnos me comentaba que las manifestaciones se estaban organizando por barrios, de manera clandestina claro, y a través de las redes sociales. Ese “Martes de la Ira”, como algunos lo llaman ya, fue el comienzo de la lucha de un pueblo entero para poder construir un país que sea merecedor de su historia.
Ese día participé en el comienzo de las manifestaciones ya que vivo en una calle pequeña, en el centro de la ciudad, al lado de una de las principales, Fouad, con varios edificios oficiales. Había cientos de personas, contenidos por la policía –dispuestos en filas bloqueando la calle-, gritando contra el sistema y el actual gobierno. Muchos manifestantes se acercaban a mí y me preguntaban si era egipcio y, al ver que no, me daban las gracias por estar apoyándoles. Incluído una chica que llevaba burka que apreciaba la presencia de un internacional en la marcha.

De repente, uno de los egipcios con los que hablaba gritó “¡run, run!”. La policía acababa de comenzar a cargar a menos de cinco metros de donde me encontraba. Unos instantes después, en una calle aledaña donde estaba refugiado, un policía vestido de paisano me intentó confiscar la cámara y me exigió que no tirara más fotos o que me arrestaba. Me largué de allí y al ver a la policía cargando de nuevo me metí en el consulado español, situado a tan sólo cincuenta metros del lugar. Ese mismo día lo mismo, pero a diferentes escalas, ocurrió por todo el país. La gente vio que se hacían oír, que esa era la única forma de poner sus opiniones y deseos sobre el tablero de juego y, así, decidieron convocar una manifestación más organizada y multitudinaria para el viernes día 28, después de las oraciones de mediodía.

Los días anteriores al viernes fueron relativamente tranquilos en Alejandría, aunque nos llegaban noticias espeluznantes de otras ciudades como Suez o El Cairo, donde habían detenido a un amigo mío y se desconocía su paradera. El Twitter y el Facebook habían sido cortados en un intento de callar la comunicación entre los manifestantes, mientras la televisión nacional sólo emitía canciones y videos sobre las bellezas de Egipto, la necesidad de un líder fuerte como Mubarak y de cómo debíamos todos apoyarle.

Sin embargo, al levantarme el viernes por la mañana vi que las cosas iban a encrudecerse mucho más ese día. Los móviles no funcionaban en todo el país y todo acceso a internet era en vano pues lo habían bloqueado por completo. Las noticias no decían todavía nada sobre la manifestación así que bajé a la calle a ver qué demonios pasaba. Todo estaba muy tranquilo, extrañamente silencioso. No había casi nadie en las calles, ni se oían pitidos de coches y tampoco se veía policía alguna. Poco a poco las mezquitas iban entonando sus oraciones de mediodía las cuales, al acabar, darían paso a unas manifestaciones y represiones que no encuentran precedentes en las historia reciente del país.

A la vuelta a casa, ya a punto de acabar la oración, decidí sentarme en un café. Tras veinte minutos allí comencé a oír, esta vez mucho más fuerte, gritos al unísono pidiendo paz, pan y libertad, a la vez que la caída del régimen. Pagué con rapidez y salí corriendo a la calle Fouad a ver qué pasaba. En la calle, aparentemente vacía, se podía ver delante del Palacio de Gobernación centenares de policías dispuestos en filas y armados con pistolas de balas de goma y de gases lacrimógenos. Los manifestantes avanzaban a buen paso por la calle Safia Zhagloul -con palos en las manos, pancartas en inglés, francés y árabe y con cara de años de cabreo e impotencia contenida. En cuanto giraron la calle y tomaron Fouad, viendo a los antidisturbios a quinientos metros preparándose para dispersarlos, los manifestantes, como si de un ejército se tratara, se pusieron a correr a su encuentro. La policía comenzó a disparar gases lacrimógenos contra nosotros. En un instante todo a mi alrededor se llenó de humo blanco y era imposible ver nada o respirar. Me apartoé como pude a una calle pequeña a esperar a que pasara el picor de los ojos para poner rumbo inmediatamente a mi casa. Sin embargo no sabía que, en mi misma calle, a menos de dos metros de mi portal, se estaba librando otra batalla. Allí decenas de manifestantes estaban tirando piedras y ladrillos a tres camiones de antidisturbios que cargaban contra ellos. Varias personas se habían subido al coche, arrancado sus rejas protectoras y roto sus cristales con palos. Los camiones intentaban salir marcha atrás a toda prisa mientras destrozaban varios de los coches aparcados en los laterales. Intenté hacer una foto y me lo prohibieron los policías que inmediatamente comenzaron a sellar la calle conmigo dentro.

Esa misma tarde desde mi terraza, no paré de oír gritos, sirenas de policía y de ver manifestantes heridos, sangrando y tirando piedras. A eso de las seis de la tarde el gobierno da orden de que el ejército salga a la calle y así numerosos tanques sustituyen a la policía que no ha podido hacer frente al pueblo entero. Los disparos de armas de fuego se hicieron cada vez más frecuentes y durarían toda la noche. Al fondo se podía ver como desde el centro de la ciudad salían varias columnas de humo negro señalando muchos de los incendios que estaban convirtiendo en cenizas los edificios del régimen. En El Cairo había noticias de que estaba en llamas el mismo edificio del Partido del Gobierno, todo un símbolo del sistema que durante treinta años ha regido y limitado la vida de los egipcios.


El gobierno impuso entonces un toque de queda que todavía sigue vigente hoy mismo pero que parece más bien la hora en la que la gente tiene una cita con la calle y con su lucha.

Esa misma noche, en la que muchos no pudimos conciliar el sueño, escuchamos a través del teléfono fijo –único medio que funcionaba sólo para llamar dentro de la misma ciudad- como en muchas otras partes de Alejandría (que mide cerca veinticinco kilómetros de largo) había sucedido lo mismo. En el Sporting Club miles de manifestantes llevaban un burro a cuestas y le presentaban como su presidente; en los disturbios previos al incendio del Palacio de la Gobernación alguien se había llevado la silla del mismísimo gobernador, así como habían saqueado ordenadores, archivos y otros cuantos bienes administrativos.

2 comentarios:

  1. Magnífico relato sobre a confusión en Alejandría. Como me debes una cita de la última vez que estuve en Madrid, la próxima quedamos y me lo cuentas todo, todo y todo. Un abrazo!

    Ra.

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  2. Aahh ya espera yo con ganas una de tus crónicas sobre estos días en Alejandría y qué bien tener noticias tuyas...
    Me alegro de que estés bien y por si aún no te lo han dicho suficientes veces: ten cuidado.
    Disfruta de esta aventura y nos lo cuentas por aquí y luego en Madrid.
    un abrazo,
    Beatriz

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