8/2/11

Revolución por la Libertad Egipcia III

Y cuatro días después todo parece ir volviendo a la normalidad, aunque presentimos que ya nada será como antes. Las cosas han cambiado, así como las reglas del juego.

Las tiendas comienzan a abrir y a llenarse de comida y otros suministros mientras la gente va volviendo a sus trabajos y accediendo, por fin, a su dinero en los bancos, aunque con limitaciones. Así mismo, el toque de queda se ha ampliado y ahora tenemos algunas horas más de movimiento. Aún así, aunque parezca que esto ha terminado y que la revuelta no ha sido más que una pataleta del pueblo –o eso debe pensar el “Rais” y su gobierno de mentecatos-, no hay nada más lejos de la realidad.

Con los periodistas internacionales confinados a trabajar en ciertas áreas, para los ojos del mundo parece que sólo quedan unos pocos de cientos en la Plaza de la Liberación de El Cairo. Nada sale en los periódicos de la violencia ocurrida en los barrios periféricos, de las muchas otras muertes y asesinatos ocurridos en ciudades sin importancia mediática, de cómo el gobierno soborna a manifestantes para que abandonen la marcha –les ofrecen hasta viviendas gratuitas- o de cómo los tanques y el ejército, poco a poco, van presionando a la gente en la calle para hacer borrón y cuenta vieja. Tampoco veo nada escrito en la prensa sobre la extrema publicidad al régimen que hace la televisión nacional o de los miles de manifestantes que durante horas siembran las calles céntricas de Alejandría pidiendo no una limpieza de fachada sino una construcción completamente nueva del sistema de gobierno. Ésto último, hace dos días. Hoy mismo, apuesto lo que sea a que volverá a pasar. Mubarak, para seguir acallando bocas, ayer mismo subió los sueldos a los funcionarios del estado y, sobretodo, a los militares por si hubiera alguno descontento y se le hubiera pasado por la cabeza jugar a ser Tejero.

El gobierno dice que ya todo ha vuelto a la normalidad y sin embargo eso no es lo que me cuentan del todo. Las universidades paralizaron sus exámenes y el comienzo de su segundo ciclo, los bancos abren tres horas al día nada más y la bolsa del país sigue cerrada a cal y canto devaluando aún más la divisa nacional. El ejército sigue en las calles y comienza a pedir identificación y pasaporte a todo aquel que pillen más allá de la hora del toque de queda. No hay servicio de limpieza, ni de tráfico, ni de seguridad casi. Son los mismos ciudadanos egipcios los que, por decisión propia, organizan la circulación vial, limpian las calles y hasta van solucionando algunos destrozos, pintando fachadas y repartiendo comida.

Muchos han vuelto a trabajar sí, pero a la salida del curro, se van a la manifestación a seguir protestando. Han asumido que lo que está haciendo el gobierno es un pulso a ver quién se cansa antes y la gente está comprometida a aguantar todo el tiempo que sea necesario. Incluso incorporando a su rutina diaria, las protestas y manifestaciones. Para cabezotas ellos mismos.

De hecho, en la Plaza de Tahrir, en El Cairo, la gente que ha acampado allí ha montado su propia comunidad y estarán allí hasta que este dictador de pacotilla decida largarse. Así, en la Plaza puedes encontrar desde puestos para comprar comida y bebida, hasta shishas y backgammons, pasando por un periódico propio –llamado “Día de la Liberación”- y algún puesto de prensa que otro. Una pantalla gigante, improvisada a partir de una sabana vieja- retransmite las noticias y escasas apariciones del gobierno. Lo de los servicios es algo más complicado, especialmente para ellas, pero estoy seguro que las calles aledañas a la Plaza llevan inscrita la palabra “w.c.” aunque ésta más que verse, se huele.

Por otro lado, y poniendo una nota de humor a todo ésto, he de decir que no he visto gente más ingeniosa que los egipcios. Hace poco me mandaron un email con pancartas con diversos eslóganes vistos en las manifestaciones. Me llamó la atención uno que pedía a Mubarak que se vaya en escritura jeroglífica y otro que, en inglés, preguntaba al Mister President cuál era la parte de “go away” que no había captado. Otras pancartas le pedían que se marchase ya de una vez pues sus hombros están cansados de aguantar carteles durante tanto tiempo.


Ingenioso también son los atuendos que usan para presentar batalla a los cuerpos de seguridad del régimen y a sus compinches. Así podemos ver como por escudos normalmente usan señales de tráfico –las de prohibido aparcar y el famoso “stop” son las más demandadas este invierno- que quitan de sus postes callejeros mientras que como armas de defensa y ataque pueden elegir entre una gama bien variada de productos: Desde palos de escoba y de golf, hasta los más sofisticados palos con clavos colocados en uno de sus extremos (con las puntas hacia fuera, claro) o verdaderos alfanjes y espadas de colección, herencia de abuelos o compradas en el mercadillo de antigüedades.

Pero lo que realmente tiene una importancia vital, es el casco. La protección de la cabeza es capital ante la cantidad de porrazos que están cayendo estos días a diestro y siniestro. Por eso mismo, y ante la falta de material de calidad en el mercado, los egipcios han ideado los suyos propios. El que más me gusta es aquel que se protege la cabeza con barras de pan atadas alrededor de la frente o con botellas vacías de agua para amortiguar. A veces no sabes si realmente buscan protección o es una forma de decir que no tienen ni para pan o agua. Otros meten sus cabezas en las papeleras de sus casas o en cajas de cartón en las que perforan dos agujeritos para poder ver. La cacerola de mamá también se ha puesto de moda en la Revolución del Loto y así podemos encontrar a muchos manifestantes que llevan la cabeza metida en un perolo de metal grande y éste, a su vez, atado alrededor de la cabeza con trapos o bufandas. Todo lo que sea necesario para no recibir un buen golpe.

En fin, gracias a Dios, a Allah o la madre que los parió a ambos, la lucha continúa pero de una manera bastante más pacífica y, por ahora, han dejado sus uniformes de guerra en casa. Hoy se volverán a llenar las calles de Alejandría y el gobierno hará como que no ha oído nada. “Ya se le pasará la rabieta al niño” deben pensar los faraones que rigen en el palacio de Heliópolis. Sin embargo, dudo mucho que esta revolución se vaya apagando hasta extinguirse, al menos esa no es la sensación que me da cuando salgo a la calle y habló con la gente. No basta con reformar dos articulitos de la constitución –la cual está escrita para y por Mubarak- hay que cambiarla por completo. El viernes también hay otra gran marcha convocada en todo el país. Veremos cómo se desarrolla todo aunque, para entonces, quizá yo ya no esté por aquí.
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4/2/11

Revolución por la Libertad Egipcia II

El sábado 29 nos levantamos en una Alejandría completamente desolada. El esperado discurso de Mubarak la noche anterior no hizo sino calentar mucho más el ambiente. El octogenario líder decía que no se iba pero que haría un cambio de gobierno. Cambios que después, en la práctica no cambiaban nada.

Una sola vuelta por la ciudad bastaba para comprender que los daños ocasionados por esta revolución no se recuperarían de la noche a la mañana. Allí a donde mirarás, por cualquier calle que te metieras había coches calcinados, camiones de policía volcados e incendiados o algún edificio oficial en llamas. El Palacio de Gobernación, como digo, no sólo había sido pasto de las llamas sino que ahora se había derruido cortando, con sus restos, las calles de alrededor. El ejército, que había sido recibido casi con vítores por el pueblo, aparcaba sus tanques y coches de tropas en distintos lugares estratégicos de la ciudad –sólo cerca de mi casa hay todavía diez tanques. A la ciudad le iba a costar mucho tiempo recuperarse de las batallas del día anterior. Además, no había huella alguna de la policía. Ni de la Nacional ni de la de Tráfico, por lo que ahora los que orquestaban a los coches en las arterias principales de la ciudad eran los mismos ciudadanos. Y debo decir, que era mucho más ordenado y fluido que si lo hubieran dirigido los hombres con uniforme oficial.


Las comunicaciones móviles habían vuelto y no parábamos de llamar a todos nuestros conocidos. Nuestras familias en Europa estaban al borde de un ataque de nervios y preocupación ya que durante un día entero, en el que sólo aparecían noticias muy desalentadoras en la televisión acerca la situación en Egipto, no habían podido comunicar con nosotros. Internet seguía completamente bloqueado. Un ataque sin precedentes a la libertad de expresión y comunicación.

El toque de queda continuaba pero lo habían adelantado a las tres de la tarde. Y, como el día anterior, era justo a esa hora cuando la gente comenzó a agruparse fuera de sus casas y a gritar comparsas en contra de Mubarak y del sistema. Lo mismo sucedía en El Cairo donde diversos helicópteros y cazas militares volaban bien bajo en un intento de asustar a la población. La policía también se había retirado en la capital y era curioso ver cómo, sin las fuerzas de seguridad y el orden, todo se había vuelto mucho más pacífico y seguro.



Ya se hablaba entonces de una nueva convocatoria popular, “La Marcha del Millón” –que dicho así parece todo un concurso televisivo en el que el primero que llegue al palacio Presidencial se lleva la cuantiosa suma. La cita iba a ser el martes 1 de febrero y pretendía sumar el mayor número de manifestantes posibles para ir desde la Plaza de la Liberación cairota hasta la residencia de Mubarak, en Heliópolis a unos diez kilómetros.


Durante los días previos a la Marcha, las manifestaciones se fueron sucediendo por todo el país, al igual que el caos de los turistas que intentaban salir del territorio como fuera. Yo mismo tenía dos amigos atrapados en Luxor y creo que hoy mismo han conseguido un pasaje para Europa. Han estado casi una semana entera durmiendo y viviendo en el aeropuerto.


Los nervios y la tensión también se respiraban en la calle. Los bancos estaban cerrados y no se podía sacar dinero. La comida comenzaba a escasear en las tiendas de alimentación cercanas a mi casa y las grandes superficies comerciales habían sido saqueadas. Tampoco quedaban tarjetas de recarga para el móvil y el toque de queda continuaba. Ante el vandalismo que se esperaba para la noche, los vecinos se agruparon y decidieron formar grupos de vigilancia y defensa en caso de alguna sorpresa nocturna inesperada. Yo mismo me armé con un cuchillo de cocina y con el palo de la escoba en una escena que ahora me parece ridícula quizá pero que entonces era lo más lógico dada la situación.


Hay que decir que varios de los grupos que sembraban ese miedo por la noche –en su mayoría jóvenes- habían sido pagados por la policía para acometer su fin. Y esa noche puedo jurar que lo consiguieron. Antes de irme a la cama vi una ranchera llena de chavales con armas de fuego y machetes. Iban con la música bien alta y gritando.



Esa noche tampoco conseguí dormir.


Y así, sin trabajar, sin dormir, y con cierto nerviosismo en el cuerpo llegamos al día de la Marcha. Ese día participé en las manifestaciones con mis amigos de Alejandría y puedo decir que no he vivido algo tan emocionante en mi vida. Miles y Miles de personas, de varias confesiones, idiologías y razas; familias enteras y bastante gente internacional; así como recién casados o incluso algunos que celebraban su boda allí mismo, estaban concentrados a lo largo de la Corniche alejandrina con pancartas despidiendo irónicamente a Mubarak y esperando hacer historia. El Imán de la mezquita enfrente nuestra, sobre la cual volaba una cometa con la bandera del país que llegué a sujetar en algún momento, tomó la palabra por megafonía y comenzó a gritar frases en contra del régimen que luego eran repetidas por toda la masa de gente allí congregada.

Era increíble. Un pueblo entero intentando cambiar su propio país y haciéndose escuchar hasta por los medios que usan para hablar con dios.



Pero el problema vino después. Esa misma noche conocimos a los pro-Mubarak: Gente afín al régimen entre los que se encontraban policías vestidos de civil y personas traídas desde áreas rurales de Egipto a la capital, y a las que –según los medios de comunicación- se las había pagado hasta dos mil libras egipcias (unos trescientos euros) por enfrentarse a los manifestantes reunidos en la Plaza de la Liberación en El Cairo. En Alejandría, en una escala menor, también pasaba lo mismo.

Montados en caballos o en camellos, y armados con palos, cuchillos y hasta armas de fuego, los pro-Mubarak provocaron unos enfrentamientos que duran hasta estos mismos instantes en los que escribo. Han muerto muchas personas y hasta los periodistas extranjeros han sido atacados, maltratados y hasta, alguno, pasado a cuchillo.

Los periodistas más importantes de la televisión nacional egipcia salían ayer en medios internacionales diciendo que habían dimitido de sus puestos ya que no les dejaban contar la realidad de lo que está pasando en su propio país. Me quito el sombrero ante ellos. Tuvieron que salir silenciosamente de la redacción en la que estaban sin decir que, a dónde iban, era a la mismísima Plaza de la Liberación a unirse a los manifestantes.



A eso de las 22.30 el Presidente hace otra aparición en televisión con un discurso lleno de palabras pero carente de sentido alguno. El pueblo se cabrea más y los bandos enfrentados no cesan de intentar acallar sus odios a golpes. Parece el comienzo de un conflicto civil en el que el ejército es el único espectador pasivo.


Sin embargo, ayer mismo salió en televisión el Vicepresidente pidiendo disculpas por los altercados aunque diciendo que ellos no habían sido. Quiere comenzar además a buscar a los culpables de la organización de las manifestaciones entre los que cree ver manos extranjeras. Manda cojones. Por la noche igualmente, en una entrevista a la ABC americana, el Mubarak éste dice que quiere irse, que está hastiado ya del poder, pero que si se va todo el país se sumirá en un caos del que no podrá salir. Encima querrá que le demos las gracias. Lo que consigue es que la gente siga anclada a la calle y a sus demandas.

Para hoy se espera una manifestación enorme en todo el país. Con nubarrones pro-Mubarak algo contenidos por el ejército que parece ir tomando partido en este juego de ajedrez o, mejor dicho, de backgammon. Lo llaman “El Día de la Partida” y esperan que sea el definitivo. He leído en los periódicos que EEUU está detrás de un plan estratégico que sacaría a Mubarak de la presidencia y crearía un gobierno de transición con los Hermanos Musulmanes dentro. Mientras, escucho a los imanes cantando sus oraciones antes de la hora habitual y, por la televisión nacional, al Imán de la mezquita principal de El Cairo,. Al-Azhar, emitir para todo el país en un intento de calmar los ánimos. Veremos a ver lo qué pasa.

3/2/11

Revolución por la Libertad Egipcia I

Y esta noche otra vez se han oído disparos.

Es extraño cómo se acostumbra uno a las rutinas improvisadas del caos. Desde hace unos días las noches en el centro de Alejandría son de todo menos seguras. Si bien los tanques campan a sus anchas por la ciudad, también lo hacen algunas bandas de jóvenes saqueadores con armas de fuego y hasta alfanjes árabes. Los he visto yendo en rancheras y en motos por las calles principales de la ciudad y la verdad es que dan miedo. Las comunidades de vecinos se han organizado en improvisadas milicias y montan guardias para -con palos de escoba, de golf y cuchillos de cocina- defender sus propiedades y a sus familiares.

Aunque la ciudad se ha levantado más tranquila, anoche las manifestaciones a las que ya estamos acostumbrados desde hace poco más de una semana, dieron paso a la violencia entre los partidarios del régimen de Mubarak y los que defienden la democracia y que han estado en las calles todos estos últimos días. Las luchas y peleas entre ellos se sucedieron ante la pasividad del ejército, quién debía tener órdenes de no intervenir. En El Cairo, en algún momento de la madrugada, los pro-Mubarak -así se les ha comenzado a llamar- abrieron fuego contra el resto de manifestantes causando la muerte a varias personas. Desde luego, cada día que me levanto, Egipto es un país completamente distinto al del que había visto la noche anterior.

Todos estos sucesos comenzaron el día 25 de enero cuando se convocó una manifestación en contra del régimen de Mubarak. Un día que, sin duda, ya ha cambiado la historia de Egipto sumiéndolo en un periodo de inestabilidad e incertidumbre que esperemos lleve al puerto de la libertad y pronto. Alguno de mis alumnos me comentaba que las manifestaciones se estaban organizando por barrios, de manera clandestina claro, y a través de las redes sociales. Ese “Martes de la Ira”, como algunos lo llaman ya, fue el comienzo de la lucha de un pueblo entero para poder construir un país que sea merecedor de su historia.
Ese día participé en el comienzo de las manifestaciones ya que vivo en una calle pequeña, en el centro de la ciudad, al lado de una de las principales, Fouad, con varios edificios oficiales. Había cientos de personas, contenidos por la policía –dispuestos en filas bloqueando la calle-, gritando contra el sistema y el actual gobierno. Muchos manifestantes se acercaban a mí y me preguntaban si era egipcio y, al ver que no, me daban las gracias por estar apoyándoles. Incluído una chica que llevaba burka que apreciaba la presencia de un internacional en la marcha.

De repente, uno de los egipcios con los que hablaba gritó “¡run, run!”. La policía acababa de comenzar a cargar a menos de cinco metros de donde me encontraba. Unos instantes después, en una calle aledaña donde estaba refugiado, un policía vestido de paisano me intentó confiscar la cámara y me exigió que no tirara más fotos o que me arrestaba. Me largué de allí y al ver a la policía cargando de nuevo me metí en el consulado español, situado a tan sólo cincuenta metros del lugar. Ese mismo día lo mismo, pero a diferentes escalas, ocurrió por todo el país. La gente vio que se hacían oír, que esa era la única forma de poner sus opiniones y deseos sobre el tablero de juego y, así, decidieron convocar una manifestación más organizada y multitudinaria para el viernes día 28, después de las oraciones de mediodía.

Los días anteriores al viernes fueron relativamente tranquilos en Alejandría, aunque nos llegaban noticias espeluznantes de otras ciudades como Suez o El Cairo, donde habían detenido a un amigo mío y se desconocía su paradera. El Twitter y el Facebook habían sido cortados en un intento de callar la comunicación entre los manifestantes, mientras la televisión nacional sólo emitía canciones y videos sobre las bellezas de Egipto, la necesidad de un líder fuerte como Mubarak y de cómo debíamos todos apoyarle.

Sin embargo, al levantarme el viernes por la mañana vi que las cosas iban a encrudecerse mucho más ese día. Los móviles no funcionaban en todo el país y todo acceso a internet era en vano pues lo habían bloqueado por completo. Las noticias no decían todavía nada sobre la manifestación así que bajé a la calle a ver qué demonios pasaba. Todo estaba muy tranquilo, extrañamente silencioso. No había casi nadie en las calles, ni se oían pitidos de coches y tampoco se veía policía alguna. Poco a poco las mezquitas iban entonando sus oraciones de mediodía las cuales, al acabar, darían paso a unas manifestaciones y represiones que no encuentran precedentes en las historia reciente del país.

A la vuelta a casa, ya a punto de acabar la oración, decidí sentarme en un café. Tras veinte minutos allí comencé a oír, esta vez mucho más fuerte, gritos al unísono pidiendo paz, pan y libertad, a la vez que la caída del régimen. Pagué con rapidez y salí corriendo a la calle Fouad a ver qué pasaba. En la calle, aparentemente vacía, se podía ver delante del Palacio de Gobernación centenares de policías dispuestos en filas y armados con pistolas de balas de goma y de gases lacrimógenos. Los manifestantes avanzaban a buen paso por la calle Safia Zhagloul -con palos en las manos, pancartas en inglés, francés y árabe y con cara de años de cabreo e impotencia contenida. En cuanto giraron la calle y tomaron Fouad, viendo a los antidisturbios a quinientos metros preparándose para dispersarlos, los manifestantes, como si de un ejército se tratara, se pusieron a correr a su encuentro. La policía comenzó a disparar gases lacrimógenos contra nosotros. En un instante todo a mi alrededor se llenó de humo blanco y era imposible ver nada o respirar. Me apartoé como pude a una calle pequeña a esperar a que pasara el picor de los ojos para poner rumbo inmediatamente a mi casa. Sin embargo no sabía que, en mi misma calle, a menos de dos metros de mi portal, se estaba librando otra batalla. Allí decenas de manifestantes estaban tirando piedras y ladrillos a tres camiones de antidisturbios que cargaban contra ellos. Varias personas se habían subido al coche, arrancado sus rejas protectoras y roto sus cristales con palos. Los camiones intentaban salir marcha atrás a toda prisa mientras destrozaban varios de los coches aparcados en los laterales. Intenté hacer una foto y me lo prohibieron los policías que inmediatamente comenzaron a sellar la calle conmigo dentro.

Esa misma tarde desde mi terraza, no paré de oír gritos, sirenas de policía y de ver manifestantes heridos, sangrando y tirando piedras. A eso de las seis de la tarde el gobierno da orden de que el ejército salga a la calle y así numerosos tanques sustituyen a la policía que no ha podido hacer frente al pueblo entero. Los disparos de armas de fuego se hicieron cada vez más frecuentes y durarían toda la noche. Al fondo se podía ver como desde el centro de la ciudad salían varias columnas de humo negro señalando muchos de los incendios que estaban convirtiendo en cenizas los edificios del régimen. En El Cairo había noticias de que estaba en llamas el mismo edificio del Partido del Gobierno, todo un símbolo del sistema que durante treinta años ha regido y limitado la vida de los egipcios.


El gobierno impuso entonces un toque de queda que todavía sigue vigente hoy mismo pero que parece más bien la hora en la que la gente tiene una cita con la calle y con su lucha.

Esa misma noche, en la que muchos no pudimos conciliar el sueño, escuchamos a través del teléfono fijo –único medio que funcionaba sólo para llamar dentro de la misma ciudad- como en muchas otras partes de Alejandría (que mide cerca veinticinco kilómetros de largo) había sucedido lo mismo. En el Sporting Club miles de manifestantes llevaban un burro a cuestas y le presentaban como su presidente; en los disturbios previos al incendio del Palacio de la Gobernación alguien se había llevado la silla del mismísimo gobernador, así como habían saqueado ordenadores, archivos y otros cuantos bienes administrativos.