20/11/11

La aventura de ser arqueólogo


La arqueología, una disciplina tan atractiva como desconocida por la mayor parte de la sociedad, es una aventura en si misma que llena de obstáculos a aquellos atrevidos que abanderados por la vocación son lo suficientemente valientes como para caminar por su senda. Una vida ciertamente de “puta por rastrojos”  que pone a prueba a cualquiera.
 
Todo comienza cuando al niño de cinco años le llevan al cine a ver Indiana Jones y el Arca Perdida (que menos mal que no le llevan a ver el Silencio de los Corderos) y sale diciendo a la par que hace movimientos con un látigo ficticio: “¡yo quieo se asqueologo mamá!”. Recuerden que son los años ochenta ¡España se abre al mundo! Nuestros padres pensaban que, al contrario que ellos, nosotros podríamos tener todas las oportunidades del mundo y triunfar eligiendo la profesión que quisiéramos.

Así, a finales de esta década, en muchos países, la carrera de arqueología (en España subyugada a la de Historia) experimentó un crecimiento considerable de estudiantes debido a las películas del tío del sombrero. Es más, el Instituto de Arqueología del University College de Londres –de los más prestigiosos del mundo mundial- fue reinaugurado por el mismísimo Harrison Ford. Y, años después, la Universidad de Southampton publicitaba su grado de arqueología con folletos en los que aparecía el susodicho arqueólogo y una tremendísima Angelina Jolie ataviada a lo Lara Croft (lo cual me convenció para pasar un año de mi vida en dicha universidad, obviamente).

Con el tiempo, ese niño llega a la universidad, hace la carrera de arqueología, se especializa, luego se híper-especializa y ¡ale! a buscar trabajo. Y aquí llega la verdadera aventura señores. Un mundo nuevo lleno de incertidumbres, supervivencia, peligros, mujeres fatales, viajes a lugares desconocidos, y animales depredadores que amenazan con arrebatarte la vocación y el futuro... ¡una auténtica película! Y es que, las salidas que un arqueólogo tiene al acabar su carrera en nuestro querido país son, básicamente, las mismas en las que estaba dividida la economía nacional, cuando todavía teníamos de eso. Es decir que te hacías funcionario, te dedicabas a la construcción, o muchas gracias y váyase usted fuera.

Si uno quería tener una posición estable dentro del mundo académico o en museos, no le quedaba otra que prepararse una tremenda oposición y, después de quizá varios años, conseguiría una plaza en alguna universidad o institución museística. Además, nuestro sistema es tan maravilloso que antes de que llegaras al museo especializado en tu materia, podías recalar en el Museo del Libro Invisible de tía Juana o, si me pones, en el de la Historia de la campana sorda de Teruel simplemente por lo que viene siendo “turismo” administrativo. Eso era, claro está, cuando había oportunidades. Ahora directamente no las hay.

Si, por el contrario, querías probar fortuna y dedicarte al mundo privado para estudiar, analizar e intentar preservar todos aquellos restos susceptibles de ser dañados por alguna obra que conlleve remoción de tierras o fondos marinos tu vida se convertía en un tremendo Plan E del gobierno español. Es decir, estabas por todos sitios sin estar en ninguno en concreto, trabajabas por cortos periodos de tiempo y el dinero que ganabas era un mero parche para pagar deudas anteriores o, con suerte, servía para ahorrar y mantenerte a flote hasta que saliera el próximo planazo.

Luego está la opción de largarse del país, a la cual, sin quererlo ni beberlo, me he visto forzado a elegir desde hace tiempo. Y sí, me va mejor que en España, aunque no sea por mucho tiempo. Al menos, en los lugares que he estado he podido disfrutar de mi profesión y atisbar un futuro que de otra manera no podría ni soñar. 
 
Así, cada vez somos más los que, en tertulias de expatriados –muchos arqueólogos y afines al gremio-, recordamos los sabores de los manjares patrios y ponemos al país patas arriba mientras todos quisiéramos volver si nos ofrecieran tan sólo la mitad de lo que tenemos ahora. Algunos incluso sueñan con el día en que un reportero despistado de “Españoles por el Mundo” pase por sus vidas y, tras saludar y enseñar los nietos a sus abuelas, les haga a través de la cámara el único homenaje –de cinco minutos, no pidamos más- que muchos recibirán de su tierra.

Esta noche, al igual que hace casi cuatro años, me sentaré frente una televisión extranjera a ver por el canal español internacional los resultados de la fiesta de la democracia, sedada y dormida, de mi país. 
 
Hay que ver lo que hace el cine de la década prodigiosa...
 

6/11/11

Hito náutico-bibliográfico de referencia

Hoy, por fin, retomo un poco la escritura después de meses sin letras digitales. En esta ocasión, simplemente hago una incursión en este blog para hacer publicidad de un libro con el que estoy disfrutando de lo lindo en esta mañana parisina de domingo.

Un libro, para aquellos "frikis" de la navegación y de los barquitos antiguos. Se trata de la obra culmen del Profesor Víctor M. Guerrero Ayuso, de la Universidad de la Islas Baleares. Publicado en el año 2009 por la BAR International Series (número 1952) con el título "Prehistoria de la Navegación. Origen y desarrollo de la arquitectura naval primigenia", sólo ha podido caer en mis manos ahora, tres años más tarde, cuando mi culo inquieto ha encontrado un sitio donde reposar por un tiempo para poder leerlo.

El libro, que cuesta un pastón y medio -todo hay que decirlo- y que sólo se puede comprar por Internet, profundiza en todos aquellos trazos y testimonios de los primeros pasos, troteos y carreras, de la humanidad por superficies acuáticas. Además, no sólo se centra en el ambiente del que es propio el autor, el mar Mediterráneo, sino que compara evidencias de todo el planeta, dándonos una visión amplísima, y detallada, de la importante incidencia que ha tenido el mar en la formación y pensamiento de las sociedades humanas de la antigüedad.

Me atrevería a decir que este libro marca ahora otro hito de referencia, como lo marcó en su día el famoso Musée Imaginaire de la Marine Antique de Lucien Basch, publicado en 1987, o el británico Boats of the World de Sean McGrail del año 2002, entre otros. Un libro que debería estar en todas las estanterías de bibliotecas y de náutico-bibliófilos, junto al resto de las obras de este prolífico autor incluídas -como no podía ser de otra forma- en el catálogo sobre arqueología náutica y subaucática española recién publicado por el Museo Nacional de Arqueología Subacuática ARQUA de Cartagena.

Voy a seguir leyendo. Buen domingo.

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15/5/11

Volando a Sol, pasando por la Liberación

Plaza de la Liberación. El Cairo. 12 de Mayo del año de la Revolución. He estado en esta plaza miles de veces desde que por primera vez viniera a Egipto hace años y nunca, como esta vez, se me había puesto el vello de punta. Y es que, desde las pasadas semanas de enero y febrero, en las que se sucedieron las protestas y enfrentamientos que, por todo el país, llevaron a la caída de Mubarak y al inicio de algo que quieren llamar cambio, esta plaza se ha convertido en todo un símbolo en el mundo árabe.

Por muchas ganas que me entraran de salir de Alejandría y sumarme a las masas de gente que reclamaban libertad entre el 25 de enero y el 11 de febrero, no había vuelto desde diciembre. Como es normal, el tráfico se ha reestablecido desde hace tiempo y ahora la gente, en vez de vivir y perecer en la Plaza, va a sentarse en el jardincito que hay en medio, aunque para llegar allí tengan que cruzar varios carriles movedizos e impredecibles de autos palimpsésticos.

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Las parejas, familias y grupetes de colegas se colocan allí y pasan el día, rodeados de ruido y contaminación –lo mejor para un rato de relajación vamos- mientras todo el perímetro de la plaza está repleto de puestecitos donde se pueden comprar banderas de Egipto, y todo tipo de parafernalia dedicada a la Revolución. Así, uno puede adquirir desde una camiseta o una taza revolucionaria hasta una pegatina tamaño real de una matrícula de coche egipcio con la fecha del 25 de enero impresa en ella. Igualmente, y siguiendo los preceptos de la moda revolucionaria, se venden banderas y otros símbolos de apoyo a los movimientos revolucionarios que se están desarrollando en Libia, Siria o Yemen. No obstante, los viernes, después de la oración, la plaza sí que suele llenarse de manifestantes para recordar a la actual regencia militar sus compromisos con el pueblo. Compromisos que, por ahora, no se ven respondidos en ninguna parte.

En fin, había ido a El Cairo pues al día siguiente tenía un vuelo de vuelta a Madrid. Dejaba, otra vez, mi vida egipcia. Todo, después de una semana cargada de anécdotas afectuosas, cargantes y divertidas que me han demostrado varias cosas: La importancia de lo natural y de los pequeños detalles, la amistad cercana y gran consideración de los más silenciosos, la estupidez de la diplomacia española, así como el pasotismo y desilusión de los que más esperas.

Sobre todo esto reflexionaba en el aeropuerto mientras me sajaban por un puñetero café aguado y un croissant que –sometido a carbono 14- sería de Tutankamón por lo menos. Derrochando mis últimas libras en tal bollería arqueológica me di cuenta de repente que, en la nueva terminal tres donde me hallaba, las canciones que ponían por megafonía y el vuelo anunciado tenían una estrecha relación. Así un vuelo a Roma, Fiumicino claro, iba precedido de un Nessun Dorma cantado por Pavarotti, mientras si el destino era el secundario Ciampino, Laura Paussini hacía de anfitriona. Música de Bollywood para Delhi, La Vie en Rose para París, Beatles para Londres, Frank Sinatra para New York, New York…y así con todos los destinos con más o menos acierto. Poco a poco iba creciendo mi interés por ver qué canción habría sido la elegida para representar a mi ciudad en esta Eurovisión aeroportuaria.

Veía movimiento en la puerta de embarque. En seguida llamarán a mi vuelo pensé. Se abre la megafonía y comienzan a sonar palmas, música de guitarra y un tío gritando como si le hubieran pisado un pie. Con la cabeza agachada me dije “sí, debe ser lo que han elegido para Madrid”. Flamenco puro y duro señores ¡Para competir con Edith Piaf o Paul McCartney! ¿¡es que no tenemos otra cosa coño!? Pero cual fue mi sorpresa cuando en vez de Madrid comunicaron que el vuelo con destino Barcelona estaba listo para embarcar. Menudo cabreo se iban a llevar los catalanes.

¡Todavía había esperanzas para meterse en el avión con la cabeza bien alta! Cuál sería la elegida para mi destino. Esperé un rato más pero la gente ya estaba embarcando. Mierda, deben haberlo anunciado justo cuando hablaba por teléfono hace unos minutos, me dije. Me puse en la cola de embarque. Nada sonaba por los altavoces. Dos personas más y mi turno. Todavía nada. Entrego mi tarjeta de embarque, me dan mi parte. Qué tenga buen vuelo y todo eso. Ando lentamente hacia la pasarela que me llevará a poner los pies fuera del país. Todavía nada. De repente, ¡tin ton tin!, megafonía. Me giro, me acerco a la puerta donde la señorita de azul me ha roto mi billete y asomo mi cabeza a la sala de espera mientras por todo el aeropuerto escucho a una ochentera Ana Torroja entonando un En la Puerta del Sol…

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6/5/11

Saludos de hombre egipcio

Por mucho que lo entienda, no me acostumbro. Lo siento, qué no puedo hombre. Qué a mí no me va. Aire, aire.

La primera vez que me pasó, aunque estaba prevenido, me resultó violento e incómodo. Fue hace tres años, en la Facultad de Letras de la Universidad Helwan de El Cairo. Yo acaba de llegar unos días antes -neófito en esto de Oriente- con una beca para estar en la ciudad egipcia durante varios meses y terminar así mi tesina. La Universidad, que está a una hora en metro de la famosa Plaza de la Liberación -allá donde Tutankhamon debió ir a enfermar- está en la orilla opuesta del Nilo a donde se encuentra la pirámide escalonada de Zoser. Recuerdo que desde lo alto del puente que llevaba a la entrada de la universidad se podía ver perfectamente la faraónica construcción, palmeritas por doquier, y el río salpicado de velas blancas.

El caso es que allí me presentaron a un estudiante de arqueología muy simpático y risueño que, educadamente, me tendió la mano para saludarme. Esto, el primer día. Unos días después, ese mismo chico –llamémosle Mohamed, Ahmed u Omar, lo mismo da que da lo mismo- me vio por el pasillo de la facultad, se acercó a saludar y mientras yo le tendía mi mano él, en un movimiento rápido y rutinario, me plantó dos besos en la cara que, aparte de pincharme con su barba islámico-veinteañera e impregnarme de un olor de tío que lleva sin ducharse varios días, me dejaron plantao en el sitio. Mi primera reacción hubiera sido del tipo ¡tío, tío… qué corra el aire, eh, que corra…! Pero claro, para esta gente es la manera cultural de saludarse entre hombres, aunque prácticamente no sé conozcan de nada. Así que lo entendí y ahora lo voy viendo como algo habitual. Así que con el tiempo, he tenido que aclimatarme a esta forma de saludo. Eso sí, cuando un tío me saluda ahora, siempre extiendo mi brazo e intento ponerlo rígido al saludar primero -que note que le va a costar acercarse a mis mejillas, que no soy de saludo fácil- y si el contacto es inevitable, bien hago como esas ricas y tontas famosillas de la telebasura española que ni si quiera se tocan al acercar sus caras ¡muá, muá!

Lo de las mujeres es otra cosa. Entre ellas también se besan al saludarse pero ¡ni se te ocurra saludar a una mujer velada con dos besos si eres hombre! Así reza la norma número uno de la diplomacia española en Egipto. Pues bien, esa norma, la he transgredido en ocasiones. La primera vez que me pasó, algo escandalosa y chocante la verdad, fue en El Cairo. Después de un día entero buscando piso por la ciudad, era ya el octavo haciendo la misma actividad, guiado por una simsar –buscadora de pisos que en este caso era bastante religiosa-, agotado la planté a ésta dos besos al despedirme sin pensarlo y, para más inri, en mitad de la calle. La mujer se puso a temblar, miró a izquierda y derecha desconcertada y, acto seguido, echó a correr hacia un taxi que había parado en la acera de enfrente. Cerró la puerta trasera con ella dentro -pillándose la túnica al hacerlo- y se largó a toda prisa ¡Un hombre que no era su marido la había tocado! ¡Allah la estaba mirando y juzgando! No obstante, yo creo que le debió de gustar pues me llamó otra vez al día siguiente para seguir mirando pisos y vino muy maquillada, con túnica nueva y hasta me invitó a una shisha en un sitio caro…

En otras ocasiones me ha pasado lo mismo, sin que los besos llegaran a materializarse, con chicas más jóvenes. Ellas, al más puro estilo femenino español cuando uno va a plantar un beso en los labios de la chica deseada, también hacen el famoso movimiento de la cobra, el cual posiblemente sea llamado de “el los siete velos” –uno, el que se ve, y los otros seis, los invisibles que debe haber entre ellas y la realidad.

En fin, en cuanto a esto de saludar ahora creo que soy mucho mejor y me he adaptado perfectamente a la situación geo-cultural en la que me hallo. Pero por dónde no paso –no puedo, me es superior- es por ir cogido de la mano por un tío a lo largo de la calle ¡ni en la calle, ni en ningún sitio! Y es que aquí, en el mundo árabe en general, es habitual que dos amigos vayan cogidos del brazo o de la mano como si nada.
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He de confesar que más de un colega egipcio lo ha intentado conmigo. Les sale de forma natural, como si fueran con un colega egipcio más, pero, amigos míos, que dos tíos vayan cogidos de la mano y que se den besos al saludarse y despedirse, no es una práctica que vaya conmigo. Al menos no en la manera y en lugar en que he crecido desde luego. Por eso mismo, cada vez que alguno hace el amago de engancharme de la mano, al primer roce la quito enseguida -¡qué no hombre!, ¡qué eso son mariconadas leñe! que diría Torrente- y reprimo, a la vez, que la otra mano, instintivamente, aparte al atrevido de un empujón.

Sólo una vez intenté ir cogido de la mano para involucrarme un poco en su mundo. Duré unos segundos que se me hicieron eternos –este tipo de prácticas antropológicas no me van al parecer. Me sentí raro, incómodo, incluso agobiado quizá. Como cuando después de un rollete de una noche, en España, la chica te coge de la mano en todo momento, mostrando un vínculo afectivo que quizá nunca exista. En otra ocasión, un viejecito -guardián de una de las tumbas de Sakara- se cogió de mi brazo durante un buen trecho. Por respeto al pobre abuelillo, aguanté como un jabato –además, tenía cierto toque paternal el acto- mientras oía las risas de mi madre y mi hermana unos metros por detrás a la par que los obturadores de sus cámaras hacían “clic” al echarme fotos.

Es curioso cómo cambia la manera de saludarse dependiendo de la geografía y el área cultural dónde te encuentres. Aún entendiendo esta diversidad, qué quieren que les diga. Yo echo de menos poder comprobar el carácter de un tipo a tenor de un simple estrechón de manos, o poder imaginarme el tipo de mujer que tengo delante por la cercanía con la que siento su saludo mezclado con el olor del perfume que me invade al besarla en sus mejillas.

12/4/11

El Peluquero de Mubarak

Anoche volví con un cabreo de aúpa a casa. Y es que, desde que volví a Alejandría hace casi dos semanas, todavía no me había encontrado con ninguno ¡Y resulta que era alumno mío!


Fue en el café Bab el-Shar -“Puerta del Este”- al que solemos ir todas las noches después de trabajar. Allí, entre humo de shishas, tés y cafés, ruido de dados y fichas moviéndose en interminables partidas de taula (backgammon), con el ir y venir del camarero –que lleva una moneda de veinticinco piastras, de esas con agujerito en medio, en el hueco de la oreja para poder oír mejor-, comentamos la jornada, discutimos de política y temas varios, y, en ocasiones, construímos babel chapurreando en diversas lenguas con los alumnos que quieren sumarse.

Uno de ellos, Omar, decía que estudiar Historia no servía para nada, que era aburrido y que no era más que eso, una larga historia que nunca acababa. No era práctica para la actualidad decía el muy becerro. Yo, sorprendido pues le creía un tipo culto y con más cabeza, le intentaba explicar la importancia que tiene conocer la trayectoria de un país y de su entorno –en este caso discutíamos de Egipto y de los cambios que se pretenden- para poder encauzarlo hacia un determinado futuro. Pero era imposible. Para él la Historia eran simplemente datos a recordar que nada tenían que ver con el presente y que en nada ayudarían a mejorar el futuro del país. Ahí ya me estaba tocando la médula y sentí que me iba encendiendo poco a poco con la conversación y que en cualquier momento le saltaba. Agarré la shisha y le dí unas cuantas caladas en un intento de calmarme.

Pero el tío –hijo de militar como no podía ser de otra forma- no hizo por mejorar su postura, aún viendo que todos los sentados alrededor estabamos en su contra. Y así, comenzó, también acalorado el chaval, a decir que echaba de menos los tiempos de Mubarak, en los que había más control en las calles y más seguridad. La gente necesitaba alguien que los guiara y comprendiera su forma de pensar, decía. Argumentaba también que los egipcios que murieron durante la revolución –unos ochocientos según los últimos recuentos- de alguna forma se lo tenían merecido pues son los que causaron que, actualmente y a los ojos de mi estudiante de español, el país esté sumido en un auténtico caos. Y para más inri, estaba de acuerdo en que había que educar a la población si se quería mejorar la situación del país pero que, para tal objetivo, habría que eliminar de golpe y porrazo a todos aquellos egipcios mayores, analfabetos e iletrados pues ellos jamás entenderían la importancia de los supuestos cambios, en caso de que se llevaran a cabo. Y esto lo dice uno que no quiere saber nada de su propia Historia, manda cojones.

Llegados a este punto, hice ademán de terminar mi enab, cambiamos la conversación hacia otros derroteros más seguros y pronto pagamos y nos fuimos. Cada uno por su lado. Ya me he encontrado en mi vida mucha gente con una mentalidad retrograda y cuya conversación es más un monólogo que un intercambio de ideas. No necesito más.


Sin embargo, varias horas antes, en el curso de nivel avanzado que doy a las 17.30 me encontré con otra de las facetas de este “nuevo” Egipto. Una de mis alumnas, Rana, defendía de manera apasionada la construcción de una nueva constitución en la que la religión se quedara completamente fuera del aparato de gobierno -hay que puntualizar que ella, al igual que muchos que defienden estas ideas, son personas religiosas, con velo y toda la parafernalia. Al parecer, junto muchos otros voluntarios jóvenes que voy conociendo, se estaba organizando para concienciar a la gente –sobre todo en las poblaciones más aisladas y pobres- sobre lo que supone tener un sistema democrático y laico. Estos jóvenes entienden que cualquier tipo de cambio comienza por la educación –a todos los niveles-, que un cambio de mentalidad puede llevar años y que por eso es necesario actuar cuánto antes. Hay mucha gente que tiene la energía y las ganas para hacerlo y seguir luchandon por llevar a buen término las consecuencias producidas por la revolución.


Estos ejemplos son dos de los rostros que tendrán que lidiar en la construcción del país si quieren que el proceso comenzado el pasado 25 de enero traiga un mejor futuro. De alguna manera me recuerda –aunque nunca lo viví- a las discusiones que en el otro extremo del Mediterráneo debieron producirse en otra transición hacia la democracia hace ya treinta y tantos años.

El caso es que por la calles de Alejandría, si bien nada parece haber cambiado, si se respira un cierto ambiente distinto. La policía rara vez está en las calles. Y cuando sale, lo hace tímidamente, como perro culpable con miedo al palo del amo -en este caso el pueblo- y con coches totalmente nuevos y de color blanco en su mayoría cuando antes eran todos azul oscuro. El ejército -el cual hace unos días abrió fuego contra los manifestantes que pacíficamente pedían que se juzgara a Mubarak en Tahrir- está en las calles pero sólo alrededor de los edificios importantes (un caso curioso: El Consulado de Libia está completamente blindado por el ejército egipcio. El de España, sin embargo, no tiene protección alguna). El país funciona a medio gas, sucediéndose numerosas huelgas de diversos colectivos que piden mejoras en sus condiciones laborales, de vida o de estudios.

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Igualmente las fachadas de muchos muros y edificios han sido pintadas con banderas de Egipto, símbolos de libertad y palomas de la paz. Por otro lado, la expresividad cultural con referencias a la libertad –tantos años reprimida por el rais- está surgiendo de debajo de los tanques y no es extraño ver, por ejemplo, conciertos y actividades pro-democracia y anti-régimen en algunos rincones de la ciudad. Cosa completamente prohibida hace tan sólo dos meses.



Aún así, la actual “regencia” militar del país no ha cambiado nada. Su jefe, Mohammed Hussein Tantawi, era una persona bien cercana al depuesto presidente. Incluso hay teorías que cuentan que el Señor Mubarak sigue moviendo los hilos desde su residencia en Sharm el-Sheik. Todo igual que antes, pero ahora viendo el mar, sin masas de gente que vengan a su palacio a incordiarle y seguramente con una shisha en una mano mientras cuenta los millones que tiene con la otra. Algunos cuentan que hasta le envían a su peluquero personal una vez por semana en avión privado desde El Cairo. Y seguramente, una vez alicatado, salga de marcha por la ciudad costera del Mar Rojo durante el toque de queda –entre 2 y 5 de la mañana-, el cual se mantiene probablemente para que nadie le vea y pueda darse un garbeo.

8/2/11

Revolución por la Libertad Egipcia III

Y cuatro días después todo parece ir volviendo a la normalidad, aunque presentimos que ya nada será como antes. Las cosas han cambiado, así como las reglas del juego.

Las tiendas comienzan a abrir y a llenarse de comida y otros suministros mientras la gente va volviendo a sus trabajos y accediendo, por fin, a su dinero en los bancos, aunque con limitaciones. Así mismo, el toque de queda se ha ampliado y ahora tenemos algunas horas más de movimiento. Aún así, aunque parezca que esto ha terminado y que la revuelta no ha sido más que una pataleta del pueblo –o eso debe pensar el “Rais” y su gobierno de mentecatos-, no hay nada más lejos de la realidad.

Con los periodistas internacionales confinados a trabajar en ciertas áreas, para los ojos del mundo parece que sólo quedan unos pocos de cientos en la Plaza de la Liberación de El Cairo. Nada sale en los periódicos de la violencia ocurrida en los barrios periféricos, de las muchas otras muertes y asesinatos ocurridos en ciudades sin importancia mediática, de cómo el gobierno soborna a manifestantes para que abandonen la marcha –les ofrecen hasta viviendas gratuitas- o de cómo los tanques y el ejército, poco a poco, van presionando a la gente en la calle para hacer borrón y cuenta vieja. Tampoco veo nada escrito en la prensa sobre la extrema publicidad al régimen que hace la televisión nacional o de los miles de manifestantes que durante horas siembran las calles céntricas de Alejandría pidiendo no una limpieza de fachada sino una construcción completamente nueva del sistema de gobierno. Ésto último, hace dos días. Hoy mismo, apuesto lo que sea a que volverá a pasar. Mubarak, para seguir acallando bocas, ayer mismo subió los sueldos a los funcionarios del estado y, sobretodo, a los militares por si hubiera alguno descontento y se le hubiera pasado por la cabeza jugar a ser Tejero.

El gobierno dice que ya todo ha vuelto a la normalidad y sin embargo eso no es lo que me cuentan del todo. Las universidades paralizaron sus exámenes y el comienzo de su segundo ciclo, los bancos abren tres horas al día nada más y la bolsa del país sigue cerrada a cal y canto devaluando aún más la divisa nacional. El ejército sigue en las calles y comienza a pedir identificación y pasaporte a todo aquel que pillen más allá de la hora del toque de queda. No hay servicio de limpieza, ni de tráfico, ni de seguridad casi. Son los mismos ciudadanos egipcios los que, por decisión propia, organizan la circulación vial, limpian las calles y hasta van solucionando algunos destrozos, pintando fachadas y repartiendo comida.

Muchos han vuelto a trabajar sí, pero a la salida del curro, se van a la manifestación a seguir protestando. Han asumido que lo que está haciendo el gobierno es un pulso a ver quién se cansa antes y la gente está comprometida a aguantar todo el tiempo que sea necesario. Incluso incorporando a su rutina diaria, las protestas y manifestaciones. Para cabezotas ellos mismos.

De hecho, en la Plaza de Tahrir, en El Cairo, la gente que ha acampado allí ha montado su propia comunidad y estarán allí hasta que este dictador de pacotilla decida largarse. Así, en la Plaza puedes encontrar desde puestos para comprar comida y bebida, hasta shishas y backgammons, pasando por un periódico propio –llamado “Día de la Liberación”- y algún puesto de prensa que otro. Una pantalla gigante, improvisada a partir de una sabana vieja- retransmite las noticias y escasas apariciones del gobierno. Lo de los servicios es algo más complicado, especialmente para ellas, pero estoy seguro que las calles aledañas a la Plaza llevan inscrita la palabra “w.c.” aunque ésta más que verse, se huele.

Por otro lado, y poniendo una nota de humor a todo ésto, he de decir que no he visto gente más ingeniosa que los egipcios. Hace poco me mandaron un email con pancartas con diversos eslóganes vistos en las manifestaciones. Me llamó la atención uno que pedía a Mubarak que se vaya en escritura jeroglífica y otro que, en inglés, preguntaba al Mister President cuál era la parte de “go away” que no había captado. Otras pancartas le pedían que se marchase ya de una vez pues sus hombros están cansados de aguantar carteles durante tanto tiempo.


Ingenioso también son los atuendos que usan para presentar batalla a los cuerpos de seguridad del régimen y a sus compinches. Así podemos ver como por escudos normalmente usan señales de tráfico –las de prohibido aparcar y el famoso “stop” son las más demandadas este invierno- que quitan de sus postes callejeros mientras que como armas de defensa y ataque pueden elegir entre una gama bien variada de productos: Desde palos de escoba y de golf, hasta los más sofisticados palos con clavos colocados en uno de sus extremos (con las puntas hacia fuera, claro) o verdaderos alfanjes y espadas de colección, herencia de abuelos o compradas en el mercadillo de antigüedades.

Pero lo que realmente tiene una importancia vital, es el casco. La protección de la cabeza es capital ante la cantidad de porrazos que están cayendo estos días a diestro y siniestro. Por eso mismo, y ante la falta de material de calidad en el mercado, los egipcios han ideado los suyos propios. El que más me gusta es aquel que se protege la cabeza con barras de pan atadas alrededor de la frente o con botellas vacías de agua para amortiguar. A veces no sabes si realmente buscan protección o es una forma de decir que no tienen ni para pan o agua. Otros meten sus cabezas en las papeleras de sus casas o en cajas de cartón en las que perforan dos agujeritos para poder ver. La cacerola de mamá también se ha puesto de moda en la Revolución del Loto y así podemos encontrar a muchos manifestantes que llevan la cabeza metida en un perolo de metal grande y éste, a su vez, atado alrededor de la cabeza con trapos o bufandas. Todo lo que sea necesario para no recibir un buen golpe.

En fin, gracias a Dios, a Allah o la madre que los parió a ambos, la lucha continúa pero de una manera bastante más pacífica y, por ahora, han dejado sus uniformes de guerra en casa. Hoy se volverán a llenar las calles de Alejandría y el gobierno hará como que no ha oído nada. “Ya se le pasará la rabieta al niño” deben pensar los faraones que rigen en el palacio de Heliópolis. Sin embargo, dudo mucho que esta revolución se vaya apagando hasta extinguirse, al menos esa no es la sensación que me da cuando salgo a la calle y habló con la gente. No basta con reformar dos articulitos de la constitución –la cual está escrita para y por Mubarak- hay que cambiarla por completo. El viernes también hay otra gran marcha convocada en todo el país. Veremos cómo se desarrolla todo aunque, para entonces, quizá yo ya no esté por aquí.
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4/2/11

Revolución por la Libertad Egipcia II

El sábado 29 nos levantamos en una Alejandría completamente desolada. El esperado discurso de Mubarak la noche anterior no hizo sino calentar mucho más el ambiente. El octogenario líder decía que no se iba pero que haría un cambio de gobierno. Cambios que después, en la práctica no cambiaban nada.

Una sola vuelta por la ciudad bastaba para comprender que los daños ocasionados por esta revolución no se recuperarían de la noche a la mañana. Allí a donde mirarás, por cualquier calle que te metieras había coches calcinados, camiones de policía volcados e incendiados o algún edificio oficial en llamas. El Palacio de Gobernación, como digo, no sólo había sido pasto de las llamas sino que ahora se había derruido cortando, con sus restos, las calles de alrededor. El ejército, que había sido recibido casi con vítores por el pueblo, aparcaba sus tanques y coches de tropas en distintos lugares estratégicos de la ciudad –sólo cerca de mi casa hay todavía diez tanques. A la ciudad le iba a costar mucho tiempo recuperarse de las batallas del día anterior. Además, no había huella alguna de la policía. Ni de la Nacional ni de la de Tráfico, por lo que ahora los que orquestaban a los coches en las arterias principales de la ciudad eran los mismos ciudadanos. Y debo decir, que era mucho más ordenado y fluido que si lo hubieran dirigido los hombres con uniforme oficial.


Las comunicaciones móviles habían vuelto y no parábamos de llamar a todos nuestros conocidos. Nuestras familias en Europa estaban al borde de un ataque de nervios y preocupación ya que durante un día entero, en el que sólo aparecían noticias muy desalentadoras en la televisión acerca la situación en Egipto, no habían podido comunicar con nosotros. Internet seguía completamente bloqueado. Un ataque sin precedentes a la libertad de expresión y comunicación.

El toque de queda continuaba pero lo habían adelantado a las tres de la tarde. Y, como el día anterior, era justo a esa hora cuando la gente comenzó a agruparse fuera de sus casas y a gritar comparsas en contra de Mubarak y del sistema. Lo mismo sucedía en El Cairo donde diversos helicópteros y cazas militares volaban bien bajo en un intento de asustar a la población. La policía también se había retirado en la capital y era curioso ver cómo, sin las fuerzas de seguridad y el orden, todo se había vuelto mucho más pacífico y seguro.



Ya se hablaba entonces de una nueva convocatoria popular, “La Marcha del Millón” –que dicho así parece todo un concurso televisivo en el que el primero que llegue al palacio Presidencial se lleva la cuantiosa suma. La cita iba a ser el martes 1 de febrero y pretendía sumar el mayor número de manifestantes posibles para ir desde la Plaza de la Liberación cairota hasta la residencia de Mubarak, en Heliópolis a unos diez kilómetros.


Durante los días previos a la Marcha, las manifestaciones se fueron sucediendo por todo el país, al igual que el caos de los turistas que intentaban salir del territorio como fuera. Yo mismo tenía dos amigos atrapados en Luxor y creo que hoy mismo han conseguido un pasaje para Europa. Han estado casi una semana entera durmiendo y viviendo en el aeropuerto.


Los nervios y la tensión también se respiraban en la calle. Los bancos estaban cerrados y no se podía sacar dinero. La comida comenzaba a escasear en las tiendas de alimentación cercanas a mi casa y las grandes superficies comerciales habían sido saqueadas. Tampoco quedaban tarjetas de recarga para el móvil y el toque de queda continuaba. Ante el vandalismo que se esperaba para la noche, los vecinos se agruparon y decidieron formar grupos de vigilancia y defensa en caso de alguna sorpresa nocturna inesperada. Yo mismo me armé con un cuchillo de cocina y con el palo de la escoba en una escena que ahora me parece ridícula quizá pero que entonces era lo más lógico dada la situación.


Hay que decir que varios de los grupos que sembraban ese miedo por la noche –en su mayoría jóvenes- habían sido pagados por la policía para acometer su fin. Y esa noche puedo jurar que lo consiguieron. Antes de irme a la cama vi una ranchera llena de chavales con armas de fuego y machetes. Iban con la música bien alta y gritando.



Esa noche tampoco conseguí dormir.


Y así, sin trabajar, sin dormir, y con cierto nerviosismo en el cuerpo llegamos al día de la Marcha. Ese día participé en las manifestaciones con mis amigos de Alejandría y puedo decir que no he vivido algo tan emocionante en mi vida. Miles y Miles de personas, de varias confesiones, idiologías y razas; familias enteras y bastante gente internacional; así como recién casados o incluso algunos que celebraban su boda allí mismo, estaban concentrados a lo largo de la Corniche alejandrina con pancartas despidiendo irónicamente a Mubarak y esperando hacer historia. El Imán de la mezquita enfrente nuestra, sobre la cual volaba una cometa con la bandera del país que llegué a sujetar en algún momento, tomó la palabra por megafonía y comenzó a gritar frases en contra del régimen que luego eran repetidas por toda la masa de gente allí congregada.

Era increíble. Un pueblo entero intentando cambiar su propio país y haciéndose escuchar hasta por los medios que usan para hablar con dios.



Pero el problema vino después. Esa misma noche conocimos a los pro-Mubarak: Gente afín al régimen entre los que se encontraban policías vestidos de civil y personas traídas desde áreas rurales de Egipto a la capital, y a las que –según los medios de comunicación- se las había pagado hasta dos mil libras egipcias (unos trescientos euros) por enfrentarse a los manifestantes reunidos en la Plaza de la Liberación en El Cairo. En Alejandría, en una escala menor, también pasaba lo mismo.

Montados en caballos o en camellos, y armados con palos, cuchillos y hasta armas de fuego, los pro-Mubarak provocaron unos enfrentamientos que duran hasta estos mismos instantes en los que escribo. Han muerto muchas personas y hasta los periodistas extranjeros han sido atacados, maltratados y hasta, alguno, pasado a cuchillo.

Los periodistas más importantes de la televisión nacional egipcia salían ayer en medios internacionales diciendo que habían dimitido de sus puestos ya que no les dejaban contar la realidad de lo que está pasando en su propio país. Me quito el sombrero ante ellos. Tuvieron que salir silenciosamente de la redacción en la que estaban sin decir que, a dónde iban, era a la mismísima Plaza de la Liberación a unirse a los manifestantes.



A eso de las 22.30 el Presidente hace otra aparición en televisión con un discurso lleno de palabras pero carente de sentido alguno. El pueblo se cabrea más y los bandos enfrentados no cesan de intentar acallar sus odios a golpes. Parece el comienzo de un conflicto civil en el que el ejército es el único espectador pasivo.


Sin embargo, ayer mismo salió en televisión el Vicepresidente pidiendo disculpas por los altercados aunque diciendo que ellos no habían sido. Quiere comenzar además a buscar a los culpables de la organización de las manifestaciones entre los que cree ver manos extranjeras. Manda cojones. Por la noche igualmente, en una entrevista a la ABC americana, el Mubarak éste dice que quiere irse, que está hastiado ya del poder, pero que si se va todo el país se sumirá en un caos del que no podrá salir. Encima querrá que le demos las gracias. Lo que consigue es que la gente siga anclada a la calle y a sus demandas.

Para hoy se espera una manifestación enorme en todo el país. Con nubarrones pro-Mubarak algo contenidos por el ejército que parece ir tomando partido en este juego de ajedrez o, mejor dicho, de backgammon. Lo llaman “El Día de la Partida” y esperan que sea el definitivo. He leído en los periódicos que EEUU está detrás de un plan estratégico que sacaría a Mubarak de la presidencia y crearía un gobierno de transición con los Hermanos Musulmanes dentro. Mientras, escucho a los imanes cantando sus oraciones antes de la hora habitual y, por la televisión nacional, al Imán de la mezquita principal de El Cairo,. Al-Azhar, emitir para todo el país en un intento de calmar los ánimos. Veremos a ver lo qué pasa.

3/2/11

Revolución por la Libertad Egipcia I

Y esta noche otra vez se han oído disparos.

Es extraño cómo se acostumbra uno a las rutinas improvisadas del caos. Desde hace unos días las noches en el centro de Alejandría son de todo menos seguras. Si bien los tanques campan a sus anchas por la ciudad, también lo hacen algunas bandas de jóvenes saqueadores con armas de fuego y hasta alfanjes árabes. Los he visto yendo en rancheras y en motos por las calles principales de la ciudad y la verdad es que dan miedo. Las comunidades de vecinos se han organizado en improvisadas milicias y montan guardias para -con palos de escoba, de golf y cuchillos de cocina- defender sus propiedades y a sus familiares.

Aunque la ciudad se ha levantado más tranquila, anoche las manifestaciones a las que ya estamos acostumbrados desde hace poco más de una semana, dieron paso a la violencia entre los partidarios del régimen de Mubarak y los que defienden la democracia y que han estado en las calles todos estos últimos días. Las luchas y peleas entre ellos se sucedieron ante la pasividad del ejército, quién debía tener órdenes de no intervenir. En El Cairo, en algún momento de la madrugada, los pro-Mubarak -así se les ha comenzado a llamar- abrieron fuego contra el resto de manifestantes causando la muerte a varias personas. Desde luego, cada día que me levanto, Egipto es un país completamente distinto al del que había visto la noche anterior.

Todos estos sucesos comenzaron el día 25 de enero cuando se convocó una manifestación en contra del régimen de Mubarak. Un día que, sin duda, ya ha cambiado la historia de Egipto sumiéndolo en un periodo de inestabilidad e incertidumbre que esperemos lleve al puerto de la libertad y pronto. Alguno de mis alumnos me comentaba que las manifestaciones se estaban organizando por barrios, de manera clandestina claro, y a través de las redes sociales. Ese “Martes de la Ira”, como algunos lo llaman ya, fue el comienzo de la lucha de un pueblo entero para poder construir un país que sea merecedor de su historia.
Ese día participé en el comienzo de las manifestaciones ya que vivo en una calle pequeña, en el centro de la ciudad, al lado de una de las principales, Fouad, con varios edificios oficiales. Había cientos de personas, contenidos por la policía –dispuestos en filas bloqueando la calle-, gritando contra el sistema y el actual gobierno. Muchos manifestantes se acercaban a mí y me preguntaban si era egipcio y, al ver que no, me daban las gracias por estar apoyándoles. Incluído una chica que llevaba burka que apreciaba la presencia de un internacional en la marcha.

De repente, uno de los egipcios con los que hablaba gritó “¡run, run!”. La policía acababa de comenzar a cargar a menos de cinco metros de donde me encontraba. Unos instantes después, en una calle aledaña donde estaba refugiado, un policía vestido de paisano me intentó confiscar la cámara y me exigió que no tirara más fotos o que me arrestaba. Me largué de allí y al ver a la policía cargando de nuevo me metí en el consulado español, situado a tan sólo cincuenta metros del lugar. Ese mismo día lo mismo, pero a diferentes escalas, ocurrió por todo el país. La gente vio que se hacían oír, que esa era la única forma de poner sus opiniones y deseos sobre el tablero de juego y, así, decidieron convocar una manifestación más organizada y multitudinaria para el viernes día 28, después de las oraciones de mediodía.

Los días anteriores al viernes fueron relativamente tranquilos en Alejandría, aunque nos llegaban noticias espeluznantes de otras ciudades como Suez o El Cairo, donde habían detenido a un amigo mío y se desconocía su paradera. El Twitter y el Facebook habían sido cortados en un intento de callar la comunicación entre los manifestantes, mientras la televisión nacional sólo emitía canciones y videos sobre las bellezas de Egipto, la necesidad de un líder fuerte como Mubarak y de cómo debíamos todos apoyarle.

Sin embargo, al levantarme el viernes por la mañana vi que las cosas iban a encrudecerse mucho más ese día. Los móviles no funcionaban en todo el país y todo acceso a internet era en vano pues lo habían bloqueado por completo. Las noticias no decían todavía nada sobre la manifestación así que bajé a la calle a ver qué demonios pasaba. Todo estaba muy tranquilo, extrañamente silencioso. No había casi nadie en las calles, ni se oían pitidos de coches y tampoco se veía policía alguna. Poco a poco las mezquitas iban entonando sus oraciones de mediodía las cuales, al acabar, darían paso a unas manifestaciones y represiones que no encuentran precedentes en las historia reciente del país.

A la vuelta a casa, ya a punto de acabar la oración, decidí sentarme en un café. Tras veinte minutos allí comencé a oír, esta vez mucho más fuerte, gritos al unísono pidiendo paz, pan y libertad, a la vez que la caída del régimen. Pagué con rapidez y salí corriendo a la calle Fouad a ver qué pasaba. En la calle, aparentemente vacía, se podía ver delante del Palacio de Gobernación centenares de policías dispuestos en filas y armados con pistolas de balas de goma y de gases lacrimógenos. Los manifestantes avanzaban a buen paso por la calle Safia Zhagloul -con palos en las manos, pancartas en inglés, francés y árabe y con cara de años de cabreo e impotencia contenida. En cuanto giraron la calle y tomaron Fouad, viendo a los antidisturbios a quinientos metros preparándose para dispersarlos, los manifestantes, como si de un ejército se tratara, se pusieron a correr a su encuentro. La policía comenzó a disparar gases lacrimógenos contra nosotros. En un instante todo a mi alrededor se llenó de humo blanco y era imposible ver nada o respirar. Me apartoé como pude a una calle pequeña a esperar a que pasara el picor de los ojos para poner rumbo inmediatamente a mi casa. Sin embargo no sabía que, en mi misma calle, a menos de dos metros de mi portal, se estaba librando otra batalla. Allí decenas de manifestantes estaban tirando piedras y ladrillos a tres camiones de antidisturbios que cargaban contra ellos. Varias personas se habían subido al coche, arrancado sus rejas protectoras y roto sus cristales con palos. Los camiones intentaban salir marcha atrás a toda prisa mientras destrozaban varios de los coches aparcados en los laterales. Intenté hacer una foto y me lo prohibieron los policías que inmediatamente comenzaron a sellar la calle conmigo dentro.

Esa misma tarde desde mi terraza, no paré de oír gritos, sirenas de policía y de ver manifestantes heridos, sangrando y tirando piedras. A eso de las seis de la tarde el gobierno da orden de que el ejército salga a la calle y así numerosos tanques sustituyen a la policía que no ha podido hacer frente al pueblo entero. Los disparos de armas de fuego se hicieron cada vez más frecuentes y durarían toda la noche. Al fondo se podía ver como desde el centro de la ciudad salían varias columnas de humo negro señalando muchos de los incendios que estaban convirtiendo en cenizas los edificios del régimen. En El Cairo había noticias de que estaba en llamas el mismo edificio del Partido del Gobierno, todo un símbolo del sistema que durante treinta años ha regido y limitado la vida de los egipcios.


El gobierno impuso entonces un toque de queda que todavía sigue vigente hoy mismo pero que parece más bien la hora en la que la gente tiene una cita con la calle y con su lucha.

Esa misma noche, en la que muchos no pudimos conciliar el sueño, escuchamos a través del teléfono fijo –único medio que funcionaba sólo para llamar dentro de la misma ciudad- como en muchas otras partes de Alejandría (que mide cerca veinticinco kilómetros de largo) había sucedido lo mismo. En el Sporting Club miles de manifestantes llevaban un burro a cuestas y le presentaban como su presidente; en los disturbios previos al incendio del Palacio de la Gobernación alguien se había llevado la silla del mismísimo gobernador, así como habían saqueado ordenadores, archivos y otros cuantos bienes administrativos.