Una sola vuelta por la ciudad bastaba para comprender que los daños ocasionados por esta revolución no se recuperarían de la noche a la mañana. Allí a donde mirarás, por cualquier calle que te metieras había coches calcinados, camiones de policía volcados e incendiados o algún edificio oficial en llamas. El Palacio de Gobernación, como digo, no sólo había sido pasto de las llamas sino que ahora se había derruido cortando, con sus restos, las calles de alrededor. El ejército, que había sido recibido casi con vítores por el pueblo, aparcaba sus tanques y coches de tropas en distintos lugares estratégicos de la ciudad –sólo cerca de mi casa hay todavía diez tanques. A la ciudad le iba a costar mucho tiempo recuperarse de las batallas del día anterior. Además, no había huella alguna de la policía. Ni de la Nacional ni de la de Tráfico, por lo que ahora los que orquestaban a los coches en las arterias principales de la ciudad eran los mismos ciudadanos. Y debo decir, que era mucho más ordenado y fluido que si lo hubieran dirigido los hombres con uniforme oficial.
Las comunicaciones móviles habían vuelto y no parábamos de llamar a todos nuestros conocidos. Nuestras familias en Europa estaban al borde de un ataque de nervios y preocupación ya que durante un día entero, en el que sólo aparecían noticias muy desalentadoras en la televisión acerca la situación en Egipto, no habían podido comunicar con nosotros. Internet seguía completamente bloqueado. Un ataque sin precedentes a la libertad de expresión y comunicación.
El toque de queda continuaba pero lo habían adelantado a las tres de la tarde. Y, como el día anterior, era justo a esa hora cuando la gente comenzó a agruparse fuera de sus casas y a gritar comparsas en contra de Mubarak y del sistema. Lo mismo sucedía en El Cairo donde diversos helicópteros y cazas militares volaban bien bajo en un intento de asustar a la población. La policía también se había retirado en la capital y era curioso ver cómo, sin las fuerzas de seguridad y el orden, todo se había vuelto mucho más pacífico y seguro.
Ya se hablaba entonces de una nueva convocatoria popular, “La Marcha del Millón” –que dicho así parece todo un concurso televisivo en el que el primero que llegue al palacio Presidencial se lleva la cuantiosa suma. La cita iba a ser el martes 1 de febrero y pretendía sumar el mayor número de manifestantes posibles para ir desde la Plaza de la Liberación cairota hasta la residencia de Mubarak, en Heliópolis a unos diez kilómetros.
Durante los días previos a la Marcha, las manifestaciones se fueron sucediendo por todo el país, al igual que el caos de los turistas que intentaban salir del territorio como fuera. Yo mismo tenía dos amigos atrapados en Luxor y creo que hoy mismo han conseguido un pasaje para Europa. Han estado casi una semana entera durmiendo y viviendo en el aeropuerto.
Los nervios y la tensión también se respiraban en la calle. Los bancos estaban cerrados y no se podía sacar dinero. La comida comenzaba a escasear en las tiendas de alimentación cercanas a mi casa y las grandes superficies comerciales habían sido saqueadas. Tampoco quedaban tarjetas de recarga para el móvil y el toque de queda continuaba. Ante el vandalismo que se esperaba para la noche, los vecinos se agruparon y decidieron formar grupos de vigilancia y defensa en caso de alguna sorpresa nocturna inesperada. Yo mismo me armé con un cuchillo de cocina y con el palo de la escoba en una escena que ahora me parece ridícula quizá pero que entonces era lo más lógico dada la situación.
Hay que decir que varios de los grupos que sembraban ese miedo por la noche –en su mayoría jóvenes- habían sido pagados por la policía para acometer su fin. Y esa noche puedo jurar que lo consiguieron. Antes de irme a la cama vi una ranchera llena de chavales con armas de fuego y machetes. Iban con la música bien alta y gritando.
Esa noche tampoco conseguí dormir.
Y así, sin trabajar, sin dormir, y con cierto nerviosismo en el cuerpo llegamos al día de la Marcha. Ese día participé en las manifestaciones con mis amigos de Alejandría y puedo decir que no he vivido algo tan emocionante en mi vida. Miles y Miles de personas, de varias confesiones, idiologías y razas; familias enteras y bastante gente internacional; así como recién casados o incluso algunos que celebraban su boda allí mismo, estaban concentrados a lo largo de la Corniche alejandrina con pancartas despidiendo irónicamente a Mubarak y esperando hacer historia. El Imán de la mezquita enfrente nuestra, sobre la cual volaba una cometa con la bandera del país que llegué a sujetar en algún momento, tomó la palabra por megafonía y comenzó a gritar frases en contra del régimen que luego eran repetidas por toda la masa de gente allí congregada.
Era increíble. Un pueblo entero intentando cambiar su propio país y haciéndose escuchar hasta por los medios que usan para hablar con dios.
Pero el problema vino después. Esa misma noche conocimos a los pro-Mubarak: Gente afín al régimen entre los que se encontraban policías vestidos de civil y personas traídas desde áreas rurales de Egipto a la capital, y a las que –según los medios de comunicación- se las había pagado hasta dos mil libras egipcias (unos trescientos euros) por enfrentarse a los manifestantes reunidos en la Plaza de la Liberación en El Cairo. En Alejandría, en una escala menor, también pasaba lo mismo.
Montados en caballos o en camellos, y armados con palos, cuchillos y hasta armas de fuego, los pro-Mubarak provocaron unos enfrentamientos que duran hasta estos mismos instantes en los que escribo. Han muerto muchas personas y hasta los periodistas extranjeros han sido atacados, maltratados y hasta, alguno, pasado a cuchillo.
Los periodistas más importantes de la televisión nacional egipcia salían ayer en medios internacionales diciendo que habían dimitido de sus puestos ya que no les dejaban contar la realidad de lo que está pasando en su propio país. Me quito el sombrero ante ellos. Tuvieron que salir silenciosamente de la redacción en la que estaban sin decir que, a dónde iban, era a la mismísima Plaza de la Liberación a unirse a los manifestantes.
A eso de las 22.30 el Presidente hace otra aparición en televisión con un discurso lleno de palabras pero carente de sentido alguno. El pueblo se cabrea más y los bandos enfrentados no cesan de intentar acallar sus odios a golpes. Parece el comienzo de un conflicto civil en el que el ejército es el único espectador pasivo.
Sin embargo, ayer mismo salió en televisión el Vicepresidente pidiendo disculpas por los altercados aunque diciendo que ellos no habían sido. Quiere comenzar además a buscar a los culpables de la organización de las manifestaciones entre los que cree ver manos extranjeras. Manda cojones. Por la noche igualmente, en una entrevista a la ABC americana, el Mubarak éste dice que quiere irse, que está hastiado ya del poder, pero que si se va todo el país se sumirá en un caos del que no podrá salir. Encima querrá que le demos las gracias. Lo que consigue es que la gente siga anclada a la calle y a sus demandas.
Para hoy se espera una manifestación enorme en todo el país. Con nubarrones pro-Mubarak algo contenidos por el ejército que parece ir tomando partido en este juego de ajedrez o, mejor dicho, de backgammon. Lo llaman “El Día de la Partida” y esperan que sea el definitivo. He leído en los periódicos que EEUU está detrás de un plan estratégico que sacaría a Mubarak de la presidencia y crearía un gobierno de transición con los Hermanos Musulmanes dentro. Mientras, escucho a los imanes cantando sus oraciones antes de la hora habitual y, por la televisión nacional, al Imán de la mezquita principal de El Cairo,. Al-Azhar, emitir para todo el país en un intento de calmar los ánimos. Veremos a ver lo qué pasa.
Me encanta eso de "parece el comienzo de un conflicto civil en el que el ejército es el único espectador pasivo". Son muchos los analisis que se publican estos días elucubrando qué hará el ejército. Me encantó una frase de Enric González en El País: "El ejército es todopoderoso e impotente a la vez". Está claro que la clave son los militares. Un abrazo y gracias por tus crónicas alejandrinas.
ResponderEliminarTan buena como la anterior crónica, pero por favor sigue teniendo mucho cuidado en tus aventuras...
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