Y cuatro días después todo parece ir volviendo a la normalidad, aunque presentimos que ya nada será como antes. Las cosas han cambiado, así como las reglas del juego.
Las tiendas comienzan a abrir y a llenarse de comida y otros suministros mientras la gente va volviendo a sus trabajos y accediendo, por fin, a su dinero en los bancos, aunque con limitaciones. Así mismo, el toque de queda se ha ampliado y ahora tenemos algunas horas más de movimiento. Aún así, aunque parezca que esto ha terminado y que la revuelta no ha sido más que una pataleta del pueblo –o eso debe pensar el “Rais” y su gobierno de mentecatos-, no hay nada más lejos de la realidad.
Con los periodistas internacionales confinados a trabajar en ciertas áreas, para los ojos del mundo parece que sólo quedan unos pocos de cientos en la Plaza de la Liberación de El Cairo. Nada sale en los periódicos de la violencia ocurrida en los barrios periféricos, de las muchas otras muertes y asesinatos ocurridos en ciudades sin importancia mediática, de cómo el gobierno soborna a manifestantes para que abandonen la marcha –les ofrecen hasta viviendas gratuitas- o de cómo los tanques y el ejército, poco a poco, van presionando a la gente en la calle para hacer borrón y cuenta vieja. Tampoco veo nada escrito en la prensa sobre la extrema publicidad al régimen que hace la televisión nacional o de los miles de manifestantes que durante horas siembran las calles céntricas de Alejandría pidiendo no una limpieza de fachada sino una construcción completamente nueva del sistema de gobierno. Ésto último, hace dos días. Hoy mismo, apuesto lo que sea a que volverá a pasar. Mubarak, para seguir acallando bocas, ayer mismo subió los sueldos a los funcionarios del estado y, sobretodo, a los militares por si hubiera alguno descontento y se le hubiera pasado por la cabeza jugar a ser Tejero.
El gobierno dice que ya todo ha vuelto a la normalidad y sin embargo eso no es lo que me cuentan del todo. Las universidades paralizaron sus exámenes y el comienzo de su segundo ciclo, los bancos abren tres horas al día nada más y la bolsa del país sigue cerrada a cal y canto devaluando aún más la divisa nacional. El ejército sigue en las calles y comienza a pedir identificación y pasaporte a todo aquel que pillen más allá de la hora del toque de queda. No hay servicio de limpieza, ni de tráfico, ni de seguridad casi. Son los mismos ciudadanos egipcios los que, por decisión propia, organizan la circulación vial, limpian las calles y hasta van solucionando algunos destrozos, pintando fachadas y repartiendo comida.
Muchos han vuelto a trabajar sí, pero a la salida del curro, se van a la manifestación a seguir protestando. Han asumido que lo que está haciendo el gobierno es un pulso a ver quién se cansa antes y la gente está comprometida a aguantar todo el tiempo que sea necesario. Incluso incorporando a su rutina diaria, las protestas y manifestaciones. Para cabezotas ellos mismos.
De hecho, en la Plaza de Tahrir, en El Cairo, la gente que ha acampado allí ha montado su propia comunidad y estarán allí hasta que este dictador de pacotilla decida largarse. Así, en la Plaza puedes encontrar desde puestos para comprar comida y bebida, hasta shishas y backgammons, pasando por un periódico propio –llamado “Día de la Liberación”- y algún puesto de prensa que otro. Una pantalla gigante, improvisada a partir de una sabana vieja- retransmite las noticias y escasas apariciones del gobierno. Lo de los servicios es algo más complicado, especialmente para ellas, pero estoy seguro que las calles aledañas a la Plaza llevan inscrita la palabra “w.c.” aunque ésta más que verse, se huele.
Por otro lado, y poniendo una nota de humor a todo ésto, he de decir que no he visto gente más ingeniosa que los egipcios. Hace poco me mandaron un email con pancartas con diversos eslóganes vistos en las manifestaciones. Me llamó la atención uno que pedía a Mubarak que se vaya en escritura jeroglífica y otro que, en inglés, preguntaba al Mister President cuál era la parte de “go away” que no había captado. Otras pancartas le pedían que se marchase ya de una vez pues sus hombros están cansados de aguantar carteles durante tanto tiempo.
Ingenioso también son los atuendos que usan para presentar batalla a los cuerpos de seguridad del régimen y a sus compinches. Así podemos ver como por escudos normalmente usan señales de tráfico –las de prohibido aparcar y el famoso “stop” son las más demandadas este invierno- que quitan de sus postes callejeros mientras que como armas de defensa y ataque pueden elegir entre una gama bien variada de productos: Desde palos de escoba y de golf, hasta los más sofisticados palos con clavos colocados en uno de sus extremos (con las puntas hacia fuera, claro) o verdaderos alfanjes y espadas de colección, herencia de abuelos o compradas en el mercadillo de antigüedades.
Pero lo que realmente tiene una importancia vital, es el casco. La protección de la cabeza es capital ante la cantidad de porrazos que están cayendo estos días a diestro y siniestro. Por eso mismo, y ante la falta de material de calidad en el mercado, los egipcios han ideado los suyos propios. El que más me gusta es aquel que se protege la cabeza con barras de pan atadas alrededor de la frente o con botellas vacías de agua para amortiguar. A veces no sabes si realmente buscan protección o es una forma de decir que no tienen ni para pan o agua. Otros meten sus cabezas en las papeleras de sus casas o en cajas de cartón en las que perforan dos agujeritos para poder ver. La cacerola de mamá también se ha puesto de moda en la Revolución del Loto y así podemos encontrar a muchos manifestantes que llevan la cabeza metida en un perolo de metal grande y éste, a su vez, atado alrededor de la cabeza con trapos o bufandas. Todo lo que sea necesario para no recibir un buen golpe.
En fin, gracias a Dios, a Allah o la madre que los parió a ambos, la lucha continúa pero de una manera bastante más pacífica y, por ahora, han dejado sus uniformes de guerra en casa. Hoy se volverán a llenar las calles de Alejandría y el gobierno hará como que no ha oído nada. “Ya se le pasará la rabieta al niño” deben pensar los faraones que rigen en el palacio de Heliópolis. Sin embargo, dudo mucho que esta revolución se vaya apagando hasta extinguirse, al menos esa no es la sensación que me da cuando salgo a la calle y habló con la gente. No basta con reformar dos articulitos de la constitución –la cual está escrita para y por Mubarak- hay que cambiarla por completo. El viernes también hay otra gran marcha convocada en todo el país. Veremos cómo se desarrolla todo aunque, para entonces, quizá yo ya no esté por aquí.
Las tiendas comienzan a abrir y a llenarse de comida y otros suministros mientras la gente va volviendo a sus trabajos y accediendo, por fin, a su dinero en los bancos, aunque con limitaciones. Así mismo, el toque de queda se ha ampliado y ahora tenemos algunas horas más de movimiento. Aún así, aunque parezca que esto ha terminado y que la revuelta no ha sido más que una pataleta del pueblo –o eso debe pensar el “Rais” y su gobierno de mentecatos-, no hay nada más lejos de la realidad.
Con los periodistas internacionales confinados a trabajar en ciertas áreas, para los ojos del mundo parece que sólo quedan unos pocos de cientos en la Plaza de la Liberación de El Cairo. Nada sale en los periódicos de la violencia ocurrida en los barrios periféricos, de las muchas otras muertes y asesinatos ocurridos en ciudades sin importancia mediática, de cómo el gobierno soborna a manifestantes para que abandonen la marcha –les ofrecen hasta viviendas gratuitas- o de cómo los tanques y el ejército, poco a poco, van presionando a la gente en la calle para hacer borrón y cuenta vieja. Tampoco veo nada escrito en la prensa sobre la extrema publicidad al régimen que hace la televisión nacional o de los miles de manifestantes que durante horas siembran las calles céntricas de Alejandría pidiendo no una limpieza de fachada sino una construcción completamente nueva del sistema de gobierno. Ésto último, hace dos días. Hoy mismo, apuesto lo que sea a que volverá a pasar. Mubarak, para seguir acallando bocas, ayer mismo subió los sueldos a los funcionarios del estado y, sobretodo, a los militares por si hubiera alguno descontento y se le hubiera pasado por la cabeza jugar a ser Tejero.
El gobierno dice que ya todo ha vuelto a la normalidad y sin embargo eso no es lo que me cuentan del todo. Las universidades paralizaron sus exámenes y el comienzo de su segundo ciclo, los bancos abren tres horas al día nada más y la bolsa del país sigue cerrada a cal y canto devaluando aún más la divisa nacional. El ejército sigue en las calles y comienza a pedir identificación y pasaporte a todo aquel que pillen más allá de la hora del toque de queda. No hay servicio de limpieza, ni de tráfico, ni de seguridad casi. Son los mismos ciudadanos egipcios los que, por decisión propia, organizan la circulación vial, limpian las calles y hasta van solucionando algunos destrozos, pintando fachadas y repartiendo comida.
Muchos han vuelto a trabajar sí, pero a la salida del curro, se van a la manifestación a seguir protestando. Han asumido que lo que está haciendo el gobierno es un pulso a ver quién se cansa antes y la gente está comprometida a aguantar todo el tiempo que sea necesario. Incluso incorporando a su rutina diaria, las protestas y manifestaciones. Para cabezotas ellos mismos.
De hecho, en la Plaza de Tahrir, en El Cairo, la gente que ha acampado allí ha montado su propia comunidad y estarán allí hasta que este dictador de pacotilla decida largarse. Así, en la Plaza puedes encontrar desde puestos para comprar comida y bebida, hasta shishas y backgammons, pasando por un periódico propio –llamado “Día de la Liberación”- y algún puesto de prensa que otro. Una pantalla gigante, improvisada a partir de una sabana vieja- retransmite las noticias y escasas apariciones del gobierno. Lo de los servicios es algo más complicado, especialmente para ellas, pero estoy seguro que las calles aledañas a la Plaza llevan inscrita la palabra “w.c.” aunque ésta más que verse, se huele.
Por otro lado, y poniendo una nota de humor a todo ésto, he de decir que no he visto gente más ingeniosa que los egipcios. Hace poco me mandaron un email con pancartas con diversos eslóganes vistos en las manifestaciones. Me llamó la atención uno que pedía a Mubarak que se vaya en escritura jeroglífica y otro que, en inglés, preguntaba al Mister President cuál era la parte de “go away” que no había captado. Otras pancartas le pedían que se marchase ya de una vez pues sus hombros están cansados de aguantar carteles durante tanto tiempo.
Ingenioso también son los atuendos que usan para presentar batalla a los cuerpos de seguridad del régimen y a sus compinches. Así podemos ver como por escudos normalmente usan señales de tráfico –las de prohibido aparcar y el famoso “stop” son las más demandadas este invierno- que quitan de sus postes callejeros mientras que como armas de defensa y ataque pueden elegir entre una gama bien variada de productos: Desde palos de escoba y de golf, hasta los más sofisticados palos con clavos colocados en uno de sus extremos (con las puntas hacia fuera, claro) o verdaderos alfanjes y espadas de colección, herencia de abuelos o compradas en el mercadillo de antigüedades.
Pero lo que realmente tiene una importancia vital, es el casco. La protección de la cabeza es capital ante la cantidad de porrazos que están cayendo estos días a diestro y siniestro. Por eso mismo, y ante la falta de material de calidad en el mercado, los egipcios han ideado los suyos propios. El que más me gusta es aquel que se protege la cabeza con barras de pan atadas alrededor de la frente o con botellas vacías de agua para amortiguar. A veces no sabes si realmente buscan protección o es una forma de decir que no tienen ni para pan o agua. Otros meten sus cabezas en las papeleras de sus casas o en cajas de cartón en las que perforan dos agujeritos para poder ver. La cacerola de mamá también se ha puesto de moda en la Revolución del Loto y así podemos encontrar a muchos manifestantes que llevan la cabeza metida en un perolo de metal grande y éste, a su vez, atado alrededor de la cabeza con trapos o bufandas. Todo lo que sea necesario para no recibir un buen golpe.
En fin, gracias a Dios, a Allah o la madre que los parió a ambos, la lucha continúa pero de una manera bastante más pacífica y, por ahora, han dejado sus uniformes de guerra en casa. Hoy se volverán a llenar las calles de Alejandría y el gobierno hará como que no ha oído nada. “Ya se le pasará la rabieta al niño” deben pensar los faraones que rigen en el palacio de Heliópolis. Sin embargo, dudo mucho que esta revolución se vaya apagando hasta extinguirse, al menos esa no es la sensación que me da cuando salgo a la calle y habló con la gente. No basta con reformar dos articulitos de la constitución –la cual está escrita para y por Mubarak- hay que cambiarla por completo. El viernes también hay otra gran marcha convocada en todo el país. Veremos cómo se desarrolla todo aunque, para entonces, quizá yo ya no esté por aquí.
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario