Por muchas ganas que me entraran de salir de Alejandría y sumarme a las masas de gente que reclamaban libertad entre el 25 de enero y el 11 de febrero, no había vuelto desde diciembre. Como es normal, el tráfico se ha reestablecido desde hace tiempo y ahora la gente, en vez de vivir y perecer en la Plaza, va a sentarse en el jardincito que hay en medio, aunque para llegar allí tengan que cruzar varios carriles movedizos e impredecibles de autos palimpsésticos.
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Las parejas, familias y grupetes de colegas se colocan allí y pasan el día, rodeados de ruido y contaminación –lo mejor para un rato de relajación vamos- mientras todo el perímetro de la plaza está repleto de puestecitos donde se pueden comprar banderas de Egipto, y todo tipo de parafernalia dedicada a la Revolución. Así, uno puede adquirir desde una camiseta o una taza revolucionaria hasta una pegatina tamaño real de una matrícula de coche egipcio con la fecha del 25 de enero impresa en ella. Igualmente, y siguiendo los preceptos de la moda revolucionaria, se venden banderas y otros símbolos de apoyo a los movimientos revolucionarios que se están desarrollando en Libia, Siria o Yemen. No obstante, los viernes, después de la oración, la plaza sí que suele llenarse de manifestantes para recordar a la actual regencia militar sus compromisos con el pueblo. Compromisos que, por ahora, no se ven respondidos en ninguna parte.
En fin, había ido a El Cairo pues al día siguiente tenía un vuelo de vuelta a Madrid. Dejaba, otra vez, mi vida egipcia. Todo, después de una semana cargada de anécdotas afectuosas, cargantes y divertidas que me han demostrado varias cosas: La importancia de lo natural y de los pequeños detalles, la amistad cercana y gran consideración de los más silenciosos, la estupidez de la diplomacia española, así como el pasotismo y desilusión de los que más esperas.
Sobre todo esto reflexionaba en el aeropuerto mientras me sajaban por un puñetero café aguado y un croissant que –sometido a carbono 14- sería de Tutankamón por lo menos. Derrochando mis últimas libras en tal bollería arqueológica me di cuenta de repente que, en la nueva terminal tres donde me hallaba, las canciones que ponían por megafonía y el vuelo anunciado tenían una estrecha relación. Así un vuelo a Roma, Fiumicino claro, iba precedido de un Nessun Dorma cantado por Pavarotti, mientras si el destino era el secundario Ciampino, Laura Paussini hacía de anfitriona. Música de Bollywood para Delhi, La Vie en Rose para París, Beatles para Londres, Frank Sinatra para New York, New York…y así con todos los destinos con más o menos acierto. Poco a poco iba creciendo mi interés por ver qué canción habría sido la elegida para representar a mi ciudad en esta Eurovisión aeroportuaria.
Veía movimiento en la puerta de embarque. En seguida llamarán a mi vuelo pensé. Se abre la megafonía y comienzan a sonar palmas, música de guitarra y un tío gritando como si le hubieran pisado un pie. Con la cabeza agachada me dije “sí, debe ser lo que han elegido para Madrid”. Flamenco puro y duro señores ¡Para competir con Edith Piaf o Paul McCartney! ¿¡es que no tenemos otra cosa coño!? Pero cual fue mi sorpresa cuando en vez de Madrid comunicaron que el vuelo con destino Barcelona estaba listo para embarcar. Menudo cabreo se iban a llevar los catalanes.
¡Todavía había esperanzas para meterse en el avión con la cabeza bien alta! Cuál sería la elegida para mi destino. Esperé un rato más pero la gente ya estaba embarcando. Mierda, deben haberlo anunciado justo cuando hablaba por teléfono hace unos minutos, me dije. Me puse en la cola de embarque. Nada sonaba por los altavoces. Dos personas más y mi turno. Todavía nada. Entrego mi tarjeta de embarque, me dan mi parte. Qué tenga buen vuelo y todo eso. Ando lentamente hacia la pasarela que me llevará a poner los pies fuera del país. Todavía nada. De repente, ¡tin ton tin!, megafonía. Me giro, me acerco a la puerta donde la señorita de azul me ha roto mi billete y asomo mi cabeza a la sala de espera mientras por todo el aeropuerto escucho a una ochentera Ana Torroja entonando un En la Puerta del Sol…
Si hubiera dicho 'yo me bajo en Atocha, yo me quedo en Madrid' se te hubieran caido unos lagrimones...
ResponderEliminarBienvenido a Madrid :)