Fue en el café Bab el-Shar -“Puerta del Este”- al que solemos ir todas las noches después de trabajar. Allí, entre humo de shishas, tés y cafés, ruido de dados y fichas moviéndose en interminables partidas de taula (backgammon), con el ir y venir del camarero –que lleva una moneda de veinticinco piastras, de esas con agujerito en medio, en el hueco de la oreja para poder oír mejor-, comentamos la jornada, discutimos de política y temas varios, y, en ocasiones, construímos babel chapurreando en diversas lenguas con los alumnos que quieren sumarse.
Uno de ellos, Omar, decía que estudiar Historia no servía para nada, que era aburrido y que no era más que eso, una larga historia que nunca acababa. No era práctica para la actualidad decía el muy becerro. Yo, sorprendido pues le creía un tipo culto y con más cabeza, le intentaba explicar la importancia que tiene conocer la trayectoria de un país y de su entorno –en este caso discutíamos de Egipto y de los cambios que se pretenden- para poder encauzarlo hacia un determinado futuro. Pero era imposible. Para él la Historia eran simplemente datos a recordar que nada tenían que ver con el presente y que en nada ayudarían a mejorar el futuro del país. Ahí ya me estaba tocando la médula y sentí que me iba encendiendo poco a poco con la conversación y que en cualquier momento le saltaba. Agarré la shisha y le dí unas cuantas caladas en un intento de calmarme.
Pero el tío –hijo de militar como no podía ser de otra forma- no hizo por mejorar su postura, aún viendo que todos los sentados alrededor estabamos en su contra. Y así, comenzó, también acalorado el chaval, a decir que echaba de menos los tiempos de Mubarak, en los que había más control en las calles y más seguridad. La gente necesitaba alguien que los guiara y comprendiera su forma de pensar, decía. Argumentaba también que los egipcios que murieron durante la revolución –unos ochocientos según los últimos recuentos- de alguna forma se lo tenían merecido pues son los que causaron que, actualmente y a los ojos de mi estudiante de español, el país esté sumido en un auténtico caos. Y para más inri, estaba de acuerdo en que había que educar a la población si se quería mejorar la situación del país pero que, para tal objetivo, habría que eliminar de golpe y porrazo a todos aquellos egipcios mayores, analfabetos e iletrados pues ellos jamás entenderían la importancia de los supuestos cambios, en caso de que se llevaran a cabo. Y esto lo dice uno que no quiere saber nada de su propia Historia, manda cojones.
Llegados a este punto, hice ademán de terminar mi enab, cambiamos la conversación hacia otros derroteros más seguros y pronto pagamos y nos fuimos. Cada uno por su lado. Ya me he encontrado en mi vida mucha gente con una mentalidad retrograda y cuya conversación es más un monólogo que un intercambio de ideas. No necesito más.
Sin embargo, varias horas antes, en el curso de nivel avanzado que doy a las 17.30 me encontré con otra de las facetas de este “nuevo” Egipto. Una de mis alumnas, Rana, defendía de manera apasionada la construcción de una nueva constitución en la que la religión se quedara completamente fuera del aparato de gobierno -hay que puntualizar que ella, al igual que muchos que defienden estas ideas, son personas religiosas, con velo y toda la parafernalia. Al parecer, junto muchos otros voluntarios jóvenes que voy conociendo, se estaba organizando para concienciar a la gente –sobre todo en las poblaciones más aisladas y pobres- sobre lo que supone tener un sistema democrático y laico. Estos jóvenes entienden que cualquier tipo de cambio comienza por la educación –a todos los niveles-, que un cambio de mentalidad puede llevar años y que por eso es necesario actuar cuánto antes. Hay mucha gente que tiene la energía y las ganas para hacerlo y seguir luchandon por llevar a buen término las consecuencias producidas por la revolución.
Estos ejemplos son dos de los rostros que tendrán que lidiar en la construcción del país si quieren que el proceso comenzado el pasado 25 de enero traiga un mejor futuro. De alguna manera me recuerda –aunque nunca lo viví- a las discusiones que en el otro extremo del Mediterráneo debieron producirse en otra transición hacia la democracia hace ya treinta y tantos años.
El caso es que por la calles de Alejandría, si bien nada parece haber cambiado, si se respira un cierto ambiente distinto. La policía rara vez está en las calles. Y cuando sale, lo hace tímidamente, como perro culpable con miedo al palo del amo -en este caso el pueblo- y con coches totalmente nuevos y de color blanco en su mayoría cuando antes eran todos azul oscuro. El ejército -el cual hace unos días abrió fuego contra los manifestantes que pacíficamente pedían que se juzgara a Mubarak en Tahrir- está en las calles pero sólo alrededor de los edificios importantes (un caso curioso: El Consulado de Libia está completamente blindado por el ejército egipcio. El de España, sin embargo, no tiene protección alguna). El país funciona a medio gas, sucediéndose numerosas huelgas de diversos colectivos que piden mejoras en sus condiciones laborales, de vida o de estudios.
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Igualmente las fachadas de muchos muros y edificios han sido pintadas con banderas de Egipto, símbolos de libertad y palomas de la paz. Por otro lado, la expresividad cultural con referencias a la libertad –tantos años reprimida por el rais- está surgiendo de debajo de los tanques y no es extraño ver, por ejemplo, conciertos y actividades pro-democracia y anti-régimen en algunos rincones de la ciudad. Cosa completamente prohibida hace tan sólo dos meses.
Aún así, la actual “regencia” militar del país no ha cambiado nada. Su jefe, Mohammed Hussein Tantawi, era una persona bien cercana al depuesto presidente. Incluso hay teorías que cuentan que el Señor Mubarak sigue moviendo los hilos desde su residencia en Sharm el-Sheik. Todo igual que antes, pero ahora viendo el mar, sin masas de gente que vengan a su palacio a incordiarle y seguramente con una shisha en una mano mientras cuenta los millones que tiene con la otra. Algunos cuentan que hasta le envían a su peluquero personal una vez por semana en avión privado desde El Cairo. Y seguramente, una vez alicatado, salga de marcha por la ciudad costera del Mar Rojo durante el toque de queda –entre 2 y 5 de la mañana-, el cual se mantiene probablemente para que nadie le vea y pueda darse un garbeo.
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